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La noticia más amarga e inesperada de las pasadas navidades fue el suicidio del cantautor de Athens. Un músico postrado en silla de ruedas desde los 18 años que se entregó a su oficio y por el que sus colegas de profesión sentían una profunda admiración. Se nos ha escapado un gigante.
Inmersos en una cruzada doble contra los prejuicios del público y los de sus hermanos de culto, un pequeño grupo de músicos y bandas ha sabido imponer su talento sin renunciar a su fe cristiana. No son un movimiento de moda ni un ejército evangelizador, no son ortodoxos de ninguna iglesia –ni de la de Cristo ni de la del pop–, pero son artistas de este mundo que sirven a Dios y a la música. Amén.
Victoria Legrand y Alex Scally dejaron que el eco de los órganos, las guitarras borrosas y los teclados llenara de pop narcótico sus dos primeros discos. Con “Teen Dream”, el tercero, han encontrado una fuerza distinta para hacer que el sonido crezca y agrande canciones sobre los hilos que atan a las personas que se quieren y todo lo que pueden perder si ese amor se rompe.
¿Puede una canción sintetizar el zeitgeist de toda una época? Probablemente. Pero más allá de la capacidad de una obra para convertirse en inmortal, hace falta una mente capaz de descifrar todo su poder evocador y situarla en un contexto más amplio. Greil Marcus aplica su visión panorámica de la cultura popular para diseccionar la que muchos consideran la mejor canción de todos los tiempos.