La mera irrupción del primer frame ya presupone la sombra de Wayne Coyne y los suyos abalanzándose sobre el material audiovisual que le sigue. Notas abultadas de extravagancia y psicodelia contagian el esqueleto de este trabajo del director George Salisbury para la banda de Oklahoma City.
Amazonas de látex conduciendo motos engalanadas con peluches lumínicos mientras, en paralelo, desde la moto pilotada por Coyne, se toman instantáneas de una escena de quietud hipnótica y extraña y efecto apaciguador. Un breve trayecto que termina con la llegada a un almacén bautizado con el nombre del disco, en el que se da rienda suelta a un estallido de bengalas, colores, algo de carne susceptible de censura, y un Coyne parapetado en una copia de esa burbuja célebre con la que camina sobre sus audiencias en sus shows de confeti lisérgico. Una diapositiva de sus directos que se emplea aquí como tratamiento visual sazonado con luz, pólvora, fantasía y un kitsch de estímulo desconcertante. Como si unos The Flaming Lips pasados de ácido se hubieran colado en una fiesta de “Spring Breakers” (Harmony Korine, 2012).
Una cámara ralentizada persiguiendo esos destellos provocados por la explosión controlada de fuego y color es suficiente para maridar el componente visual definitorio de la banda con esta nueva muestra de pop psicodélico de aprecio inmediato. Un viaje con efecto sedante por el particular imaginario de la formación liderada por Wayne Coyne de la mano del realizador y director de arte de confianza de la banda.