Explicaba Anari Alberdi en una entrevista reciente que para ella el trabajo en el estudio significaba “cerrar las venas” de las canciones, algo que, además de ser una preciosa metáfora, viene a ilustrar hasta qué punto la pulsión artística de la guipuzcoana responde a algo físico y visceral. Venas, cortes y rock con la sangre caliente. Así fue con el impresionante “Zebra” (2005), obra cruda y seca fruto del desencanto amoroso, y así es ahora con “Irla izan”, álbum con el que Anari se consolida como isla ingobernable de la canción de autor –de la vasca, sí, pero también de todas las demás–.
Siguiendo la estela de “Zebra”, la de Azkoitia insiste aquí en el sonido seco y tembloroso; en unas guitarras eléctricas que pellizcan como las de Thalia Zedek y en unos versos que, como los de “Zuhaitzena” –“tapo la luna con la palma de la mano, no quiero testigos esta noche”–, se clavan sobre un enjambre de ritmos crudos y guitarras dentadas.
Cada vez más madura, Anari alterna reflexión y electricidad, se desparrama sobre el piano “con un largo suspiro” –“Distanzia”–, revienta una vez más medidores de intensidad y redondea la jugada con canciones realmente brillantes –“Harriak”, con ese aire como de Dylan descarriado; la hipertensa “Isla”, y la convulsa “Ihia” son de lo mejorcito del lote–.
Al final, ese pedazo de lija refrotado contra metralla que es “Amua” echa el cierre crispando unos versos que le dejan a uno helado. “En el abismo de mi propio precipicio, la pregunta me empuja por la espalda, y yo sigo sin decidirme porque sé que esa decisión me va a partir en dos”. Grande. Enorme.