Maravilloso, maravilloso, maravilloso. Lo mejor que se puede decir del cuarto álbum del dúo de Baltimore es que si te gustó “Teen Dream” (2010), aquel parece ahora tan solo un paso (decisivo, vale) en un estilo que todavía podían pulir y perfeccionar hasta acceder a lo sublime. “Bloom” parte de las mismas premisas creativas, incluso vuelve a recurrir a la lustrosa producción de Chris Coady, para ganar en misterio, exuberancia y emoción. Desde los acordes iniciales de “Myth” hasta el cierre, recreándose en los seis minutos y medio de “Irene” (con corte oculto como estrambote final), cada canción está construida de una forma tan exquisita como impecable: estructuras, acordes, melodías, texturas, efectos, todo con la sensación de que si quitases una pieza se desmoronaría todo el conjunto.
Se percibe que los sonidos están trabajadísimos, pero, en lugar de noquear con exhibicionismos de hórror vacui, Beach House persiguen la claridad, que todo entre fácil, sin apabullar. Victoria Legrand canta mejor que nunca, con una paleta más amplia de colores y una mayor calidez, algo menos andrógina, sin engolamientos, con una cercanía tan natural como mágica, para explorar un abanico de emociones frágiles y reflexionar cuidadosamente sobre las contradicciones de la existencia y, ante todo, sobre la belleza de la misma. “Bloom” es, principalmente, una celebración calmada de la vida, un abrazo sonoro que te incita a ser mejor persona. No se me ocurre mejor aspiración para una obra de arte ni un logro más gratificante.