Si tenemos en cuenta su reciente amistad con Kanye West, o experiencias como Volcano Choir y Gayngs, era bastante fácil prever que la secuela de “For Emma, Forever Ago” (autoeditado en 2007; publicado en 2008 por Jagjaguwar) no sería un mero plagio del original. Justin Vernon supera en ambición (en un sentido artístico) a los productores de “Resacón en Las Vegas”, y la segunda parte de su blockbuster sensible recupera la esencia del original pero aportando nuevos elementos, nuevas sensaciones a las que asirse. Sin llegar al maximalismo de ‘Ye, “Bon Iver, Bon Iver” luce un sonido más grande. Y los matices riquísimos de Volcano Choir. Y las fragancias soft rock de Gayngs. A lo que podríamos sumar un cierto aire a los primeros discos de Peter Gabriel (de quien versionó “Come Talk To Me” tras versionar aquel, no sin acierto, “Flume”).
Escapado del todo de la cabaña de Wisconsin, Vernon dedica a un lugar distinto de su mapa sentimental cada una de las diez partituras de un álbum que, en realidad, tampoco acaba de explicarse uniendo los puntos de los pasatiempos de su autor entre 2007 y 2011. La magia no se explica. Podemos hablar sobre los añadidos de la pedal steel de Greg Leisz, el saxofón y el coro de niños; y de las virutas sintéticas que cruzan grandes hits como “Holocene” (la “Flume” de este disco) y “Hinnom, TX”; o de los teclados cercanos a Bruce Hornsby & The Range de una final “Beth/Rest” que primero aterra pero a la cuarta te gana. Sin embargo, lo que hace a este segundo disco de Bon Iver tan único como el anterior es su belleza inexplicable, difícil de resumir en palabras sin reducir, sin estropear. Se abren sus puertas y el mundo crece.