Incluso tras su memorable concierto en Barcelona, no tengo tan claro que Will Oldham esté en su mejor racha. Ha grabado sus últimos discos en una habitación paralela al country en la que va acumulando álbumes correctos, pero que difícilmente resaltarán con el paso de los años, como sí lo hará el fúnebre “I See A Darkness” (1999) y el islandés “The Letting Go” (2006). “Wolfroy Goes To Town” se alinea junto a los recientes “Lie Down The Light” (2008), “Beware” (2009) y “The Wonder Show Of The World” (2010); discos de ir tirando en los que podremos hallar dos o tres piezas que renuevan la fe en el de Kentucky (“Black Captain” y “We Are Unhappy” cumplen aquí esa misión muy sobrada y merecidamente) y seis o siete que se limitan a engrosar su ya vasto y poderoso fondo de catálogo.
Pero si en algo aventaja “Wolfroy Goes To Town” a sus precedentes más directos es en el sombrío clima de despedida que empapa el disco. Más allá de “No Match” y “Time To Be Clear”, piezas con cuerpo de balada country, y la más rítmica “Quails And Dumplings”, el resto son tenues y mortecinas letanías donde los instrumentos casi no existen. Sobre ellas, con ese ocasional contraste femenino de Angel Olson, Bonnie Prince Billy derrama su voz con sigilo máximo. Su amplio abanico de graves y agudos avanza entre susurros y lamentos sin apenas generar estridencias. Y en este clima de silenciosa procesión final que evocan varias letras, Oldham sí nos ofrece algo más: está cantando mejor que nunca.