Antes de dar forma a Cassius, Philippe “Zdar” Cerboneschi y Hubert “BoomBass” Blanc-Francard se entretenían en sus aventuras hip hop como La Funk Mob o produciendo a MC Solaar, lo que nutriría el proyecto por el que pasaron a la historia electrónica como estandartes –junto a Daft Punk, Stardust o Bob Sinclar– del french touch. Tras una temporada en barbecho, en 2016 se reactivaron al publicar su primer álbum en una década, “Ibifornia”, y tras reeditar todo su catálogo anterior, aunque sin material nuevo.
El primero de los volúmenes, “1999” (1999), condensa su enfoque fresco al disco filtrado y otras dinámicas de la música de baile con la incorporación de técnicas de sampleado más propias del hip hop e influencias jazzísticas que los desmarcaban de la competencia. El deadline estricto con el que siempre trabajaron se tradujo en una espontaneidad y diversión que cautivó al planeta dance.
En “1999” ya se hacía evidente su talento en los estribillos vocales, algo que explotó en “Au réve” (2002), con aportaciones de Jocelyn Brown, Ghostface Killah y Leroy Burgess en detrimento de los samples. No consiguió refrendar el brillo de su antecesor, pero contenía perlas como “Telephone Love”, algo así como una versión embrionaria de la música que después desarrollaría Chromatics, o “The Sound Of Violence”, un endiablado disco-house con conexiones con California, Nueva York e Ibiza que ya era marca de la casa.
Con “15 Again” (2006), precisamente grabado en la Isla Blanca, y el EP “The Rawkers” (2010) hubo un acto de justicia poética: la realeza pop (Madonna, Jay Z & Kanye West, Pharrell) empezó a samplearlos y a colaborar con ellos, brotando un nuevo interés por su música. Ese tercer largo sirvió como culminación del romanticismo adolescente por el que se les elogió. El arrebato aún es cegador.