A fuerza de retorcer el pop, abrazar la world music y más tarde denostarla, y enredarse en proyectos tan dispares como unos diarios ciclistas o un sesudo tratado sobre musicología, David Byrne no ha hecho más que reforzar ese estatus de creador escurridizo que empezó a cultivar al frente de Talking Heads y que ha cobrado aún más fuerza en una carrera solista repleta de aventuras colaborativas.
Con todo, hacía catorce años que el escocés no firmaba un álbum en solitario propiamente dicho, por lo que “American Utopia” pasa por ser el feliz reencuentro con un Byrne que, si bien no está solo –por aquí desfilan, entre otros, Brian Eno, Sampha, Daniel Lopatin (Oneohtrix Point Never), Jack Peñate, Jam City y los productores Rodaidh McDonald y Thomas Bartlett–, sí imprime su sello a esta utopía de melodías desfiguradas, ritmos quebrados y versos irónicos llamados a desmitificar el sueño americano.
Así, “American Utopia” se presenta como un disco agridulce y desengañado, un trabajo de acabados extraños y súbitas erupciones de ritmo luminoso (“Every Day Is A Miracle” y “Everybody’s Coming To My House” encabezan la nómina) con el que Byrne pasea por la cara menos amable del capitalismo entre pinceladas de pop cubista, injertos electrónicos y canciones protagonizadas por balas, pollos y surtidores de gasolina. Un álbum de brillo desigual pero con momentos realmente logrados (el estribillo de “Gasoline And Dirty Sheets”, el tono funerario de “Here”, los arabescos rítmicos de “It’s Not Dark Up Here”...) que mantiene intacta la condición de Byrne como aventajado investigador de los alrededores del pop.