Tras la primera estrofa cantada del tema “Escazú”, de siete minutos de duración, el piano de Dorian Wood, hasta entonces leve, incluso imperceptible, cobra fuerza telúrica y marca sincopadamente los tiempos. La frase inicial habla de un Padre Nuestro que no está en los cielos, sino que está en celo. Hacia la mitad del tema el piano parece disolverse, y la voz de Wood habla de hijos de mesa y madera sobre un fondo primitivo marcado por contrabajo y batería, pero el teclado reaparece de nuevo en fraseos extremos. Piano (Wood), contrabajo (Xavi Muñoz) y percusión (Marcos Junquera) para un disco que Niño de Elche ha definido como una invocación a la espiritualidad desde el mantra brujeril.
En su primera alegación sonora cantada en castellano y grabada en el Auditori Municipal de Vila-real, Wood (nacido en Los Ángeles en 1975, de padres costarricenses) sigue la estela de un pop oscuro con letras redentoras de sufrimiento y superación cuyos arreglos, tan personales, invocan de vez en cuando a Scott Walker, Brian Wilson, Nick Cave o Michael Gira. Canciones de espinas y rocío, de San Sebastián y el miserere, de llagas invisibles y huesos de un gobierno traidor, de tauromaquia y de género y de hipermasculinidad, feminismo y matriarcado. El tema que cierra el disco, “Paisa”, es una saeta profunda sobre el cariño y la identidad sexual (“tus hijos y tu mujer no te han besado como te he besado yo”), y el que le da título, “XALÁ”, reivindica su ancestro centroamericano con un ritmo desbocado de voces y percusiones que ni crece ni disminuye; simplemente, perdura.