Juan Peña El Lebrijano es uno de los nombres clave de las dos últimas décadas de música andaluza, entendiendo este término en su más amplio sentido: el del inmenso legado cultural de al-Ándalus, la vieja patria única de los árabes de la Península Ibérica y el norte del Magreb. Suya fue una de las primeras referencias del género con cierta entidad comercial, “Encuentros” (1985) –con la Orquesta Andalusí de Tánger–, un disco que abrió brecha y facilitó el paso de producciones en la misma línea de otros artistas (desde Enrique Morente y Paco de Lucía hasta Radio Tarifa y Luis Delgado), y que ahora encuentra su excepcional continuación en este “Casablanca” –de título absolutamente revelador–, minuciosamente preparado por El Lebrijano con sus amigos Jesús Bola y Diego Carrasco a partir de nueve composiciones originales del trío, cuatro de ellas sobre textos del poeta Manuel Machado.
En “Casablanca”, y aparte de figuras ya habituales en este tipo de proyectos, como el gran Tino Di Geraldo, participan los músicos (violines, violonchelos y contrabajo) de la Orquesta Arábigo Andaluza, esenciales en la atmósfera mesmerizante de “Coge la onda”, “A canela y menta” y, sobre todo, “Del placer que irrita”, una de las mejores piezas del disco, donde culmina el hermanamiento preciso y precioso de esas dos voces en espejo (El Lebrijano y Hassan Jebelhbibi): la una, a punto de reventar en los versos más estremecedores (“Y en el aire húmedo / de aroma y lujuria, / levanta su vuelo / paloma rafeña / la copla andaluza”); la otra, dibujando un mosaico de adornos melismáticos sobre los desgarros del amor y de la carne. Un sentimiento que se repite en los ayes tremendos, desoladores, de “A calzón quitao”, y del que solo se escapan los colores de “Salada claridad”, un desmadre de voces, palmas y percusiones que abre de par en par las ventanas de la fiesta de los sentidos.