Partir de una masa que mezcla a Cabaret Voltaire, Vince Clark, Throbbing Gristle y Esplendor Geométrico es, desde luego, una ventaja con la que no cuenta el 99% de los grupos que hoy se dedican, si los dejan, a hacer música en nuestras fronteras. Una ventaja y un hándicap si no eres capaz de torear a tus referentes. Y eso lo saben muy bien Ernesto Avelino y Roberto Lobo, la célula asturiana Fasenuova, ahora, dicen, con una fuerte implicación en el sonido de su productor Enrique Guisasola. “Salsa de cuervo” sigue al celebrado “A la quinta hoguera” (2011), un disco que parecía un barco fantasma en la escena alternativa española, pero que no surgía de la nada: el dúo lleva muchísimos años, en diferentes proyectos, curtiendo paneles de electrónica industrial con fuego ruidista.
Su gran avance es haber sabido enjaular toda su energía física en canciones que casi nunca superan los cinco minutos y que evitan las derivas más o menos aislacionistas. Fasenuova cincelan música para el cuerpo, bofetadas de baile apegadas a una realidad, la suya, que sabe trascender lo personal y lo local para abrazar lo colectivo. La voz de Avelino, expresionista y autoritaria, lleva las riendas de una electrónica que sabe ser brutal y sutil, agresiva y poética. Toda la gama Fasenuova hierve en esta sopa de ritmos secos y resonancias melódicas: de la más pop (“Deslices”, “Agua helada”) a la más obsesiva y oscura (“Soldados del futuro”, “Quemando suelo”). Y tiene dos hits que lucirían en alguna playlist de sus admirados Chris & Cosey: “Cristales de cobalto” y la inicial “La selva”. Sintetizadores de “vieja” escuela, textos que rehúyen lugares comunes, cajas de ritmos en constante fase de enfado y una voluntad a lo Suicide por reformular algunas reglas del rock’n’roll –pasión, compromiso, rabia, locura– en gestos de impecable estética retrofuturista.