Esto hace daño. Escuece. Te refriega por la cara las heridas y el pus. El dolor y la oscuridad. Diez años en el limbo y ahora esto. Sin compasión. Parece que Josh T. Pearson no sabe hacer las cosas de otra manera. Siempre en carne viva, a quemarropa. Cabrón. Saboreó las mieles del (relativo) éxito con “The Texas-Jerusalem Crossroads” (2001), el disco doble que firmó como Lift To Experience y que con el paso del tiempo ha ido aumentando su estatus de pieza de culto, y dio portazo a todas las expectativas. La celebridad no es para mí: mata. Gracias y adiós.
El texano echó las cortinas de la retirada y desde entonces las noticias iban cayendo con cuentagotas: actuaciones en bares de mala muerte, alcohol, nomadismo y puntuales declaraciones de admiradores diversos que remitían al embrujo eléctrico de ese único álbum. Dirty Three compartieron un split single con él: Pearson se ponía en la piel del Hank Williams de “I’m So Lonesome I Could Cry”. Natasha Khan logró convencerlo para que participara en un par de cortes de “Fur And Gold” (2006), el debut de Bat For Lashes. Algo se mueve. Sigue tocando con regularidad e incluso vende algún que otro CD-R de sus actuaciones. Se sabe que Pearson vive en Berlín, luego en París. Graba con el pianista Dustin O’Halloran.
Y Mute anuncia este “Last Of The Country Gentlemen”, un disco que es, según confiesa el interesado, “el remate de un año terrible”. Un disco que hace que Leonard Cohen parezca John Belushi. Un disco que es como inocularse un veneno lento. Ascético y nocturno. Directo. Con las cicatrices sin cerrar. Con una atmósfera de confesión y derrota que pone los pelos de punta. Un divorce album que no busca las palabras bonitas, la metáfora hermosa: habla con una franqueza casi impúdica sobre adicciones, infidelidades, los espinosos caminos del amor y la búsqueda de la redención.