Su aspecto es engañoso: ¿un rostro andrógino y semipunk interpretando country? ¿Un elepé producido por Owen Bradley, conocido por sus trabajos con Patsy Cline? Tras la sorpresa viene el asombro: posee una de las voces más sensuales que se han oído últimamente. Con ella te acaricia, te hace sufrir, te arrastra, te pasa por la cara tus debilidades y finalmente te destroza el corazón. Anteriormente, esta gatita canadiense había grabado con el grupo The Reclines –“A Truly Western Experience” (1984) y “Angel With A Lariat” (1987)–, pero en este “Shadowland” (1988) se confirma como la reina del melodrama vaquero.
En lugar de seguir las rutas de Dwight Yoakam y otros al intentar actualizar el country, k.d. lang opta por un estilo absolutamente clásico, con una producción que incluye secciones de cuerda (The Nasvhille String Machine) y acompañamientos vocales a cargo de los Jordanaires. El disco se abre con una versión del “Western Stars” de Chris Isaak, donde k.d. alarga las notas de manera increíble. Su voz adquiere matices negroides en las bluessies “Black Coffee” y “Busy Being Blue”, un tema que encantaría a Marc Almond. Pero donde la chica se luce es en esas baladas intemporales, esas grandes tragedias como “I Wish I Didn’t Love You So” o “Tears Don’t Care Who Cries Them”. Por una vez, el llanto y el placer se unen en uno de los discos más brillantes y depresivos del año.