La capacidad de atención del hombre es limitada y debe ser constantemente espoleada por la provocación. Hubo un tiempo en que los artistas seguían a pie juntillas esta máxima de Albert Camus, pero hoy Kanye West se ha quedado solo. A su talento, incuestionable desde aquella primera trilogía de resonancias académicas que reformuló la deontología hip hop aunando respeto a la tradición, proyección pop y credibilidad callejera, el de Atlanta suma el recuerdo de lo que distingue a las verdaderas estrellas: la controversia, el desafío, la unicidad. Y, por eso, no contento con calificar al maestro “My Beautiful Dark Twisted Fantasy” (2010) de “disculpa” después del infravalorado “808s & Heartbreak“ (2008), publica un nuevo álbum predicado por un lema muy definitorio: “Soon they like you, make ‘em unlike you”.
Con producción ejecutiva de Rick Rubin y el propio Kanye, “Yeezus” es un pulso contra las expectativas del mainstream que cambia el vintage soul y los arreglos de cuerda por las secuencias electro, el minimalismo industrioso y el sulfhídrico destilado por Daft Punk, TNGHT y Young Chop, entre otros. Sin singles ni estribillos, el autoproclamado Michael Jordan de la música suena colérico, endemoniado y casi blasfemo criticando el racismo social y económico (“New Slaves”), transformando el himno antilinchamiento “Blood On The Leaves” (con sample de Nina Simone haciendo suyo el “Strange Fruit” de Billie Holiday) en una nouvelle sobre la traición marital, o escupiendo versos absolutamente incorrectos como “put my fist in her like a civil rights sign” (“I’m In It”).
Pretende alimentar la inquina de sus detractores y lo consigue, pero eso no resulta taaaaan difícil. Lo en verdad fascinante es su destreza para conmover aireando sus enormes contradicciones, las de un maníaco-depresivo que, creyéndose Dios, no sabe enfrentar su propia paternidad o vuelve del coma relacional de la mano de Bon Iver y Chief Keef en la tremenda “Hold My Liquor”. Con seguidores o sin ellos, hay líder. 