Hay algo que no se le puede negar a Ana Fernández-Villaverde, y es que escribe y canta con el corazón en la mano. Es una sinceridad desarmante y menos habitual de lo que debería en quienes hablan de amor en primera persona y que ella resuelve con claridad y sin miramientos, haciendo fácil lo difícil. Y aunque esa no es su única virtud, probablemente sí es la razón por la que sus canciones aguantan todo lo que David Rodríguez (La Estrella de David, Beef, ex-Telefilme) les echa encima. En “Ceremonia” no hay más faldas de volantes, sino mucho cuero negro: un traje sintético que difícilmente podría sentarle mejor a La Bien Querida.
Los ritmos kraut que galopan por “Arenas movedizas” abren una brecha entre estas diez canciones y las de “Romancero” (2009) y “Fiesta” (2011). La voz de Ana nunca había sonado tan firme ni sus letras tan afiladas. Hay orgullo, pero no soberbia; rencor, pero no ensañamiento. En el fondo, es la misma mujer sin miedo a asumir sus propias debilidades, y es precisamente esa honestidad la que la hace más fuerte, no más vulnerable.
“Luna nueva” descubre una inocencia que rara vez asoma en sus temas y “Hechicera” es implacable, encarnizada y asombrosa. “A veces ni eso” tiene un aire muy New Order –un título como “Ceremonia” no puede ser casual–, “Aurora” recuerda (como muchas otras veces) a sus escarceos con Los Planetas (es incluso mejor) y “Mil veces” va sumando pliegues de sintetizadores que envuelven el final de un disco que se te clava como un puñal en el pecho y se hunde lentamente, deshaciéndose dentro de ti.