Un álbum tan esperado como este solo podía decepcionar. Además, hace tiempo que Lady Gaga invierte más energía en crear estilismos desquiciados que bases rítmicas contagiosas. Los tres singles de adelanto ya avisaban de la flojera general del resto del repertorio. La escucha confirma los temores. En realidad, su receta no es tan mala: fusionar pop ochentero, bases macarras de macrodiscoteca y trucos AOR de toda la vida. Con esos ingredientes podría haber alcanzado lo que buscaba: ser un mínimo común denominador en el que confluyan millones de oyentes con ganas de canciones potentes y pegadizas. Pero no. “Born This Way” ofrece un desfile de canciones del montón: “Electric Chapel” suena a descarte de Roxette, el pulso de “Bloody Mary” es totalmente anodino y “Government Hooker” transmite más muermo que morbo.
Parece que Gaga quiera penetrar nuestro cerebro a base de taladrarlo, en vez de electrizarlo. El adjetivo que mejor define el álbum es “machacón”. La ridícula “Americano”, italopop macarrónico, deja claro que no ha habido control de calidad. Tan convencida parece de tener un talento infalible que no quiere perder tiempo en pararse a meditar qué canciones merecen ser grabadas y cuáles no (¿qué aporta la pirotécnica “Scheiße”?). Hits recientes de la competencia como “I Like It” (Enrique Iglesias) suenan más cutres y horteras, pero también más vibrantes. Lady Gaga en 2011 es una diva más mecánica que desatada. ¿Y el póquer de singles? Basta decir que es dudoso que ninguno lo hubiera sido en “The Fame” (2008). Su podio queda como antes de “Born This Way”: “Bad Romance”, “Just Dance” y “Poker Face”. ¿Sería “Judas” la cuarta? Más bien “Paparazzi”.