Confieso que, al inaugurar la escucha del primer álbum de Loquillo con letras de Sabino Méndez desde 1988, mi mente visualizaba al autor de las canciones y no a su intérprete. Supongo que es inevitable por muchos motivos, pero la distorsión se rompe (o crece) si, por ejemplo, se comparan las nuevas versiones de “Sin novedad en el paraíso” y “Planeta rock” con las incluidas originalmente en “El día que murió Marcelo Mastroianni”, el álbum de 1997 de Sabino Méndez y Los Montaña. Si en aquellas interpretaciones primaba la sensación de derrota y desencanto, Loquillo las agarra ahora y las defiende mejor, con esa chulería amenazante que no está dispuesto a que se diluya con el tiempo.
“La nave de los locos” (2012) incluye canciones rescatadas de los cajones de Sabino y de diversas procedencias a lo largo de los últimos cinco lustros, lo cual conduce a un resultado irregular. La producción de Jaime Stinus y la falta de fuerza de una banda actual que no es, ni por asomo, Los Trogloditas cae por momentos en lo casposo (ese sonido seudo mod de “Contento”, por ejemplo), pero la mayoría de los temas son levantados por la garganta del Loco, felizmente transmutado en el álter ego de un Sabino al que se echaba de menos.
Reconvertido en rocker bicéfalo adulto, Loquillo-Sabino actualiza viejas obsesiones, como la inadaptación social y sentimental del músico de rock (“Paseo solo”) o la necesidad de redefinir la masculinidad tras la revolución sexual (“El mundo necesita hombres objeto” o “Canción de despedida”, a medias con Mikel Erentxun). Aunque si por algo vale la pena el álbum es por dos temas que habrían figurado entre lo mejor de la discografía de Los Trogloditas: el épico “De vez en cuando y para siempre” y “Luna sobre Montjuïc”, original de 1985 y prácticamente una segunda parte de “Cadillac solitario” al que, diría, incluso supera.