Con el potencial de una bomba H entre las manos, más de uno se ha vuelto majareta durante la preparación del debut en largo de Nicki Minaj. Alguien dijo: “¿Tiramos por la excentricidad de Missy Elliott?”. Otro respondió: “Mejor volver al zorrerío a granel”. Y: “¿Producciones bombásticas a lo M.I.A. o R&B de radiofórmula?”. Y: “¿El canónico Kanye o el sonido centro comercial de will.i.am?”. Al final todos se salieron con la suya, así que todo eso y mucho más desfila por esta catarata de tendencias urban que tiene su coartada lírica en hacer que cada canción esté protagonizada por personajes diferentes, incluso antagónicos. Y en el medio del torbellino, una chavala caribeña crecida en Queens (New York) ansiosa por el estrellato, fogueada en innumerables y en algunos casos sonados featurings, y algo proclive a la excentricidad y el exceso (hola, Gaga).
La señorita Minaj ha sido la gallina con más portadas del año en el corral hiphopero de Estados Unidos, por eso su primer disco estaba llamado a ser, mucho antes de que se publicara en noviembre de 2010, como el mejor y más comercial en el maltrecho escenario del rap femenino. Vender ha vendido mucho, pero es mucho peor, por ejemplo, que “The Archandroid” de Janelle Monáe; irregular disco multifunción, insiste con atufante vehemencia en el pop comercial macarrilla (con invitados como Rihanna, will.i.am y Natasha Bedingfield), aunque contiene MP3s de mérito, incluso fabulosos, como “Roman’s Revenge” (un torpedo de vulgaridad con el redivivo Eminem), “Blazin” (producida por el infatigable Kanye West) y “Moment 4 Life” (con Drake, el talento más prometedor de su generación).