Si hace dos años bajaban de espaldas para espantar el miedo, ahora ya se deslizan a toda velocidad, la cara por delante y... ¿Miedo? ¿Quién dijo miedo? De hecho, “Un gramo de fe”, segundo trabajo de los sevillanos Pony Bravo, es la antítesis al miedo; un disco aventurero y valiente que justo cuando parece haber llegado lo suficientemente lejos decide ir un poco más allá. ¿Qué otra cosa se puede esperar de una banda que lo mismo cita a Can que reverencia a Manolo Caracol o se autorreceta a Lee “Scrath” Perry para potenciar la inspiración? En este caso, ese ir más allá se traduce en arrancar de cuajo los puntos débiles del anterior “Si bajo de espalda no me da miedo y otras historias” (2008), apuntalar la producción con unos ritmos hipnóticos y dejar que sean las canciones las que vayan configurando poco a poco el particularísimo mapamundi mental.
Así, en “Un gramo de fe” lo mismo nos topamos con la Jamaica humeante (“Pumare-Ho!”) que con la Alemania robotizada (“El campo fui yo”) o el Chicago visionario y explorador (“Fullero”). Ahora bien: ¿cómo conseguir que un trabajo que cruza krautrock, psicodelia, electrónica e incluso coplas no acabe sonando a pastiche? Fácil: Pony Bravo utilizan el surrealismo y el humor de las letras como hilo conductor y las atmósferas y los ambientes como cola de contacto. Y es por eso mismo por lo que los andaluces, escapistas por naturaleza, suenan a tantas cosas a la vez que acaban sonando única y exclusivamente a Pony Bravo, una banda a la que su apuesta vital por el riego le ha llevado a dar con un disco inquietantemente redondo.