Si descontamos la colaboración de hace un par de años con Franz Ferdinand en “FFS”, “Hippopotamus” es el primer trabajo con entidad de Sparks tras el memorable “The Seduction Of Ingmar Bergman” (2009). En realidad, los californianos no han dejado de producir discos extraordinarios desde su revival en este siglo XXI, empezando por “Lil’ Beethoven” (2002). Su nuevo álbum, con un título que remite inmediatamente al controvertido “Hippopotamomus” (1991) de otro sátiro llamado Nick Currie, nos recuerda también un dato objetivo: la fortuna de contar todavía con unos hermanos Mael plenamente operativos aunque ya tiren de tinte.
Su fórmula no ha variado: producción impecable, canciones pegadizas, timbal de electrónica lustrosa, glam rock y elementos neoclásicos, todo tamizado por el staccato obsesivo de Ron, la voz operística de Russell y una temática descacharrante pero cercana a los dramas del hombre moderno (bueno, lo del hipopótamo en la piscina no tanto). Los autores de títulos como “No me puedo creer que te guste tanto esta mierda de canción” vuelven a fabricar tabletas de pop tóxico sobre el diseño escandinavo, los culebrones, el aburrimiento parejil, el cine de autor (en esta cuentan con un featuring de su amigo Leos Carax), los gorrones o la vejez. Esto último parece preocuparles especialmente, a juzgar por cortes como “Missionary Position” (se acabaron las piruetas), “Probably Nothing” (¿qué estaba diciendo?) o “Edith Piaf (Said It Better Than Me)” (literal: “Vive deprisa y muere joven: demasiado tarde para eso”). Es lo que tiene cumplir años.