El avance musical se une al avance literario que significa “The Queen Is Dead” respecto a cualquier muestra anterior. Esta vez Morrissey no se regodea especialmente en sus miserias, sino que trata de marcar distancia frente a ellas y buscar modos de disfrutarlas. “Bigmouth strikes again”, tararea Morrissey. Y lo hace cantando como una Edith Piaf al borde de la parodia, pero, esta vez, consciente de serlo. “Podemos pasear por lugares tranquilos y secos / y hablar sobre cosas preciosas / pero la lluvia que alisa mi pelo... / Oh, estas son las cosas que me matan”, dice burlándose de sí mismo en “The Queen Is Dead”. El ególatra se relega un poco al margen, observa la realidad y se aproxima a la comedia moral (“Frankly, Mr. Shankly”, “Some Girls Are Bigger Than Others”) con el mismo tino con que carga contra la familia británica (“The Queen Is Dead”) y la obsesión de los medios por sus pequeñas y diminutas tragedias. Moz afila su pluma con intención de no dejar clase, estereotipo ni poderoso con cabeza.
Sin embargo, un depresivo vocacional no cura prontamente. Pequeñas perlas como “The Boy With The Thorn In His Side”, “I Know It’s Over” y “Never Had No One Ever” se ajustan al ahogo, al tono dramático y al radical pesimismo de los Smiths más clásicos. Y luego está “There Is A Light That Never Goes Out”, esa canción imposible. Morrissey suplica: “Llévame esta noche / donde hay música y hay gente / joven y viva”. Y luego sueña: “Y si un autobús de dos plantas / choca contra nosotros / morir a tu lado / qué maravillosa forma de morir”. Como algún protagonista del “Crash” de J. G. Ballard, fantasea con morir en un accidente, una muerte tan de celebridad.
Agresivos, críticos, impulsivos, angustiados, imposibles, irrepetibles, espectaculares, íntimos, The Smiths se mostraban aquí con las armas para afirmar que eran la mejor banda del mundo. Desde la portada, el Alain Delon de la película “La muerte no deserta” (Alain Cavalier, 1964) reproducía el espíritu romántico de una formación insumisa a la maldición de lo mediano.
El inspirador “The Queen Is Dead” no es solo un disco, es una forma de vida. Todo en él apunta, liberadoramente, a la posibilidad de una huida hacia adelante, de una música que realmente pueda auxiliar, valerse de la experiencia para ofrecer una opción al aburrimiento. Todo lo que se considera esencial en el pop (personalidad, literatura, canciones) se sublima dentro de este disco. La vida y la inspiración de muchos están dentro. 