Tenía que ocurrir y, de hecho, ocurre periódicamente: la inflación de tecnología en la música propicia que algunos se empeñen en poner de actualidad los sonidos más puros y primitivos, sin adornos ni superproducciones, y le quiten el polvo a bandas que siempre han invocado la inmediatez sin aditivos del rock’n’roll más directo y visceral. ¿Extraño? Ni mucho menos. La música popular, desde su nacimiento un arte bastardo, hace tiempo que dejó atrás la creación genuina y pura. Desde hace años su función principal se nutre del recuerdo y del bricolaje. Es un continuo recortar y pegar, remodelar y reconstruir, un juego de referencias lleno de guiños y complicidades. Y así estamos, en pleno 2001, esperando el maná de The Strokes como la nueva (¿la última?) oportunidad de salvar el rock, buscando en Detroit –con The White Stripes a la cabeza– el nuevo Seattle y volviendo las antenas hacia los sótanos donde sudan A.R.E. Weapons, Soledad Brothers o The Moldy Peaches.
La historia de The Strokes –Julian Casablancas, Albert Hammond Jr., Nick Valensi, Nikolai Fraiture y Fab Moretti– demuestra que Geoff Travis, el viejo zorro de Rough Trade, no ha perdido intuición ni instinto: cuando escuchó las tres canciones que se convertirían en el EP “The Modern Age” (enero 2001), ya vio que se encontraba frente a la enésima Next Big Thing. Los directos en el Reino Unido, el apoyo incondicional de la prensa musical, siempre a la caza de “lo último”, y dos nuevas canciones (el single “Hard To Explain”/“New York City Cops”; junio 2001) no hicieron más que aumentar la bola de la expectación. ¿Hype? Para nada. Abrir la puerta de “The Modern Age”, la canción, y toparse con la mejor reencarnación posible de un jovencísimo Lou Reed es, aquí y ahora, un balón descomunal de puro oxígeno. The Strokes sudan Nueva York, cemento y biblioteca, son los más laureados guías para revisar los olores del CBGB y el Max’s Kansas City, la Factory, el blanco y negro de Robert Mapplethorpe –¡esas fotos interiores!–, Lester Bangs y el art-rock de los setenta, una época de ebullición creativa que dinamitó bastantes de los esquemas sobre los que pivotaba la cultura pop del momento. Un cohete hacia el pasado con los motores cargados de combustible de presente.