Los cantautores, además de componer bien, tienen que lidiar con el problema de vestir atractivamente sus canciones. Así, cada cierto tiempo, también surgen dentro de este segmento nuevas corrientes arreglísticas. La penúltima, utilizar la electrónica light sobre guitarras acústicas. ¿Y la última? Podría ser, visto este ejemplo, un retorno a las formas clásicas priorizando la variedad. Conor J. O’Brien –que es como se llama el hombre que se esconde tras el proyecto Villagers– sigue la estela marcada por un abanico que va de The Divine Comedy a Andrew Bird con eje central en Ron Sexsmith –también de allí pican Eugene McGuinness y Teitur– y que está encontrando en aguas irlandesas el caladero –inaugurado por Luka Bloom en el siglo pasado, explorado por Marc Carroll y dignificado por el gran Patrick Kelleher– fértil.
Es “Becoming A Jackal” un álbum de entrada lenta, que se desflora esplendoroso a medida que transcurren las canciones. Meramente interesante al principio, coge un fuelle en “The Meaning Of The Ritual” que le impulsará a mejorar canción tras canción –la elegancia del sonido siempre presente–, llegando a la cima –la sentida “Pieces”– antes de cerrar con acordes muy parecidos a los del mejor Don McLean intimista en “To Be Counted Among Men”. Sobrio, humano, sencillo, inteligente y de gusto exquisito, este disco es una de las más gratas sorpresas del año.