Más es más
Si un espectador solo pudiera ver un concierto, uno que integrara tendencias, estilos y hasta folclores de un festival como este convertido en gabinete de las maravillas, con el de YAMANTAKA // SONIC TITAN se haría una idea acelerada y condensada. El pastiche de ópera, tribalismo y prog rock mezclado con una estética de estoicismo zen del mestizo dúo panasiático (en reforzado formato quinteto para el directo) contiene muchas referencias, tal vez demasiadas, pero, en cuanto se sueltan, el trance es astral. Con los DEAFHEAVEN ocurre algo similar. Su concierto convalidó para primero de black metal con excelente en shoegazing, y con un sonido impecable fabricaron una electricidad ofuscada pero estilizada, entallada en negro de pasarela, con un cantante histriónico y repeinado, con el gesto de Mussolini y la cintura de Mick Jagger.
En la cúpula del techno todo eran sombras, así que VATICAN SHADOW encontró su entorno ideal para proyectarse con su cacharrería como una amenaza postecnológica y pospolítica. Un set de miedo. Mientras, COLD CAVE, diezmado ahora como dúo, con guitarras pregrabadas y sin batería, sonaron algo planos, con el torturado Wesley Eisold enroscándose el cable del micro al cuello cual soga. Quien sí entendió qué había en juego fue KENDRICK LAMAR, que se presentó con cuatro músicos; músculo stadium rock y funk para respaldar sus cincuenta minutos escasos de vibe inmortal. Y eso, sin necesidad de grandes demostraciones de entusiasmo: solo canciones y carisma. De todo lo cual van sobrados ZA!, del free rock al bailoteo, todo un desbarajuste feliz, tal vez por eso programados como coche escoba del festival. Para demostrar que siempre se puede dar más. Ruben Pujol
Más sabe el diablo por viejo
El joven quinteto barcelonés WIND ATLAS practica un dream rock solemne, resonante, que deriva en post-rock arabizante en sus momentos más tensos. Son la calma antes (y después) de la tormenta. Manejan referentes sosegados e intensos (Dead Can Dance, Chris Isaak, Angelo Badalamenti), pero van sobre seguro. Les falta algo de arrojo para lanzarse a desbrozar caminos propios. Por su parte, EL ÚLTIMO VECINO es 80s total. Instrumentación vintage, frontman con pinta de Ian Curtis (calcetines blancos) y estilo vocal a lo Germán Coppini. Ambiente conseguido, melodías pegadizas, melancolía, histrionismo e ímpetu. Una recreación perfecta de un ideal pretérito.
Piano de cola, teclado, guitarra, dos violines y dos violonchelos. Neoclásica, ambient, banda sonora de misterio. Romanticismo exacerbado, rondando lo cursi. Drones funéreos, retazos inacabados de melodía lanzados al viento, discretos carraspeos electrónicos, algún eco hauntológico... Para lo solemne que es la propuesta de A WINGED VICTORY FOR THE SULLEN (Dustin O’Halloran y el ex Stars Of The Lid Adam Wiltzie), se cambia de tercio muy rápidamente. ¿Miedo a aburrir?
Beat marcado, bombos limpios, claps, charles, arpegios, exclamaciones soul... DJ KOSMOS dispara toda la artillería. Juega con el tempo, pone algún efecto, pero efectúa mezclas rápidas, sin florituras. Su baza es la selección de temas, intuitiva y documentada. Un housemaster con actitud b-boy. Su set convierte el Boiler Room en lo que debe ser: un hervidero.
Felipe González se ha aburguesado. CHROME no. Después de casi cuarenta años en el negocio, los de San Francisco siguen frescos como el primer día, lanzando órdagos de distorsión lacerante, teclados ululantes y cacofonía infernal. Interesante jugar a sopesar qué ramas de la música moderna (punk, hard rock, industrial...) tienen mayor deuda con ellos.
La sesión de FORT ROMEAU, joven valor del sello Ghostly International, prometía. Empezó con un groovy beat disco-house, sedoso. Pero estiró los temas hasta el agotamiento y no se salió del patrón de bombo a negras, con lo que acabó resultando lineal y cansino. Pero no me hagáis caso, son cosas de crítico. La gente disfrutó de lo lindo.
A THE TWILIGHT SAD les pasa como a sus paisanos Glasvegas: andan por la fina línea que separa la profundidad del pastiche. La voz de barítono de James Graham puede resultar cargante, sobre todo si la refuerza con una gestualidad desmedida. Despojados del óxido con que Andrew Weatherall los revistió en “No One Can Ever Know” (2012), suenan célticos como The Levellers y épicos como Coldplay o Simple Minds.
En el set de ANGEL MOLINA no hubo ritmo. Lo que parecía una larguísima intro se estiró hasta el infinito. Bueno, una hora. En cualquier caso, ad náuseam. El lejano rugido fue acercándose lentamente hasta convertirse en una ensordecedora tormenta, maquinal y pesadillesca. El infierno. Una gozada.
A lo largo de los años WOLF EYES han explorado distintas estrategias con las que herir al oyente. Últimamente han cambiado las embestidas aturdidoras por los climas desasosegantes. No es solo que al escenario Vice le faltara volumen y graves, que también, sino que han perdido pegada. Estuvieron grasientos, sórdidos, lascivos, pero más bien dispersos. Levantaron pocos aplausos. Llorenç Roviras