Tras unos Moksha monolíticos, apabullantes en todos los sentidos (un muro de sonido sin grieta alguna, liso, gris, agotador), suena un largo drone que crea un clima de tensión, que caldea el ambiente para las estrellas de la noche. Ellos, los cinco músicos, y especialmente el vocalista Dennis Lyxzén, odiarían esta expresión. Pero es lo que son. Refused son los cabezas de cartel, además de una de las bandas hardcore más influyentes de la historia. Se separaron hace catorce años y juraron que no se reunirían nunca. Su exigente ideario político los lleva a la contradicción constante. No querían ser un producto de consumo y, aunque han vuelto “para que todos nuestros fans puedan vernos”, han entrado de nuevo en el círculo vicioso del que renegaron (de hecho, nunca han salido, pues han seguido tocando en bandas y vendiendo discos). Por ello se justifican continuamente en internet y en los conciertos. Se nota que están incómodos: excusatio non petita, accusatio manifesta.
Pero cuando atacan sus temas, todo esto se olvida: lo olvidan ellos, que tocan con la misma rabia que hace década y media, y lo olvida el público, que corea los temas, que se lanza a hacer pogo como si les fuera la vida en ello. Es una comunión perfecta, una banda en estado de gracia, unos fans entregados, unas canciones vibrantes, fieras, crudas, afiladas, llenas de quiebros y contrastes. Una noche perfecta si no fuera porque falta el punch extra que darían unos cuantos decibelios más, cosa que sí tuvo (y con creces) su actuación en el último Primavera Sound.
Dennis recuerda que cuando actuaron en sus tiempos en la sala Garatge los fueron a ver trescientas personas, una de las cifras más altas de asistencia de su carrera hasta entonces, y que ahora, sin música nueva, su público es legión. Ninguna alusión a la situación política. Solo el consejo de tener hambre, curiosidad y audacia. Y de apoyar la escena local; ellos lo hacen, usan la batería de Moksha, o al menos la tapa del bombo, que reza “St. Celoni”.