Escucho las canciones de The Smiths, un disco tras otro, mientras leo las galeradas del suculento e interesante –aunque también irregular y a veces reiterativo– ensayo que, sobre diversos aspectos relacionados con lo que sugiere la obra del grupo de Mánchester, publicará Errata Naturae el 19 de mayo. Se trata de un análisis que cruza musicología, sociología, política, memorias, creación literaria y periodismo. Es una recopilación de textos, algunos escritos para la ocasión (los de Wendy Fonarow, Alex Niven, Fruela Fernández, Alberto Santamaría, Víctor Lenore, Nacho Vegas, Antonio Luque y Manu Ferrón) y otros (los de Jon Savage, Julian Stringer, Nabeel Zuberi, Nadine Hubbs, Joe Pernice y Simon Armitage) ya publicados anteriormente en inglés y ahora traducidos en este volumen subtitulado “Música, política y deseo”.
Que el ególatra divo Morrissey se convirtiese en una parodia de sí mismo no resta ningún mérito a las rutilantes canciones que, junto con Johnny Marr, publicó entre mayo de 1983 (el single “Hand In Glove”) y septiembre de 1987 (el álbum de despedida “Strangeways, Here We Come”). No ha sido superado todavía el cum laude en patetismo supremo y nostalgia romántica que mostró en solo cuatro años esta banda tan de los ochenta y, al mismo tiempo, musicalmente, tan contraria a los signos estéticos de esa década.
La insatisfacción del puritano Morrissey a causa de sus plegarias no atendidas, arpegiada por la mano maestra del brillante –y convencionalmente mesurado– Johnny Marr, cautivó por sus contumaces dosis de compromiso, tanto personal como social y artístico, y arrastró a una masa de fieles seguidores al altar de la devoción permanente. Una muestra de ello es este libro, en el que también se focalizan las contradicciones de un personaje solitario no especialmente compasivo, que se presentó puro en sus orígenes, ajeno a los excesos y la superficialidad, y acabó, como tantas otras estrellas, arrastrando al grupo, sin un atisbo de remordimiento, a una catastrófica pelea final.
En la iconografía mostrada en el fantástico diseño gráfico de sus portadas ya se vislumbraban muchas de las fijaciones del narcisista y casi siempre bocazas Morrissey: de la anhelada heroicidad de los grandes mitos que él idolatraba a la plasmación de una identidad inglesa basada en el realismo social que lo amamantó. Así, con sus letras carentes de género, su selecto y nihilista drama depurado, apto para el escapismo de todos los soñadores e inadaptados de cualquier ciudad de provincias, se convirtió en una mezcla iluminada de jangle pop, rockabilly, folk-rock, baladas señoriales, espíritu cabaretero, glam rock, pop-rock para las masas y, circunstancialmente, hasta disco-funk. Una música emocionalmente poderosa, con una especial voz singularmente afectada, que sigue palpitando todavía hoy con la misma intensidad, entre la sutileza y la violencia, que entonces. 