El segundo asalto al cine de Anton Corbijn tras “Control” (2007) es, en ciertos aspectos, el equivalente cinematográfico a la espléndida serie de AMC “Rubicon”. Ambos son productos ajenos al supuesto ritmo de su tiempo, cocidos a fuego lento y en los que la pausa es la fuente de inquietud, en lugar del mero golpe de artificio. De “Rubicon” dice gran parte de la crítica que es floja porque “no pasa nada”, cuando, en realidad, está pasando todo, solo que esa acción se despliega ante nuestros ojos con tensa meticulosidad. Y algo parecido pasa con “El americano”: algunos ven tedio en los procesos de construcción del arma a cargo del personaje encarnado por George Clooney, pero también puede verse (debe verse, creo) la lenta elevación de una tragedia que no por previsible deja menos huella.
Estamos, en fin, ante una película positivamente anacrónica, más propia de los setenta de Alan J. Pakula que de estos años anclados a un montaje para espectadores con déficit de atención. Minimalismo cargado de existencialismo (Clooney nunca estuvo mejor) y de un romanticismo esencial y depresivo. Una joya noir, en fin, no exenta de aires de western crepuscular, más allá del guiño a Sergio Leone.