En la colección de matices, mixturas y fusiones que se han utilizado para tratar de definir todas las formas de documental surgidas en los últimos años, un título como este “I’m Still Here” (2010) no tiene lugar donde acogerse. Despacharlo como un falso documental supondría dejarlo reducido a una humorada. Pero no, “I’m Still Here” es una película que incomoda, desconcierta y asombra a la vez, precisamente porque nunca está muy claro el terreno que pisa.
Aun sabiendo que Joaquin Phoenix se pasó un año fingiendo que había caído en un estado entre la depresión y la locura, paseando su aspecto de homeless por los platós de televisión y las reuniones de Hollywood, la película en la que lo envolvió su cuñado Casey Affleck no es un juego con el truco revelado.
Si las discusiones y las peleas de Joaquin Phoenix con su propio entorno eran fingidas (no podía ser de otra manera, ante situaciones reales tan extremas cualquiera le hubiera dicho al cámara que dejara de filmar), algún grado de vérité tuvo que haber en todo el proceso: para que no trascendiera a la opinión pública lo que se traían entre manos, pocas personas debían saber la verdad del asunto. Así, con sus sencillas pero muy atrevidas reglas de juego, la película crea una relación entre lo documental y lo reconstruido, lo espontáneo y lo fingido, que es el motor de su capacidad para desconcertar y crear una serie de interrogantes.
Joaquin Phoenix, grandísimo actor, estará interpretando, pero también queda implicado al cien por cien en una personal desmitificación salvaje de la vida diaria de una estrella y el corte de mangas a Hollywood. Desmadejada, provocativa, granguiñolesca y divertida como es, “I’m Still Here” tiene el poder de inventar para el documental un equivalente a la actitud original del punk, una especie de “The Great Rock’n’Roll Swindle” (Julien Temple, 1980) aplicado al star system. Una pedorreta, sí, pero bien perturbadora y amarga.