Abril de 2017 se recordará en Twitter como el mes en el que tuvo lugar el fail más épico y morboso de la industria de los festivales de música y, probablemente, de la historia a secas. El Fyre Festival se vendió como la fiesta definitiva: un fin de semana en una isla privada de las Bahamas –supuestamente propiedad de Pablo Escobar– con el rapero Ja Rule como principal rostro visible, repleto de supermodelos y con shows de Migos, Major Lazer y Disclosure. Los asistentes, que pagaron entre quinientos y doce mil dólares, llegaron al recinto para encontrarse una distópica estampa posapocalíptica más cercana a “Los juegos del hambre” que a lo que prometía ser el relevo de Coachella. El show nunca llegó a celebrarse, llovieron las demandas millonarias y se destapó un fraude financiero gestionado por el emprendedor Billy McFarland.
Netflix ha apostado ahora por contar una de esas historias más grandes que la vida y explicar cómo llegaron unos cuantos niños de papá millennials a ese campo de refugiados caribeño. Lo hace con el aval de Chris Smith, director de uno de los documentales más celebrados de la plataforma, “Jim y Andy” (2017), pero también con la ayuda en producción de Fuck Jerry, la agencia que llevó la estrategia digital del festival. Como making of dispone de un material impagable, pero la decisión es, cuanto menos, dudosa.
“Fyre. The Greatest Party That Never Happened” empieza como una salvaje comedia por la imposibilidad de empatizar con el público estafado. Pero, a medida que avanza el relato, el chiste se vuelve tragedia. Convencidos de que hay justicia poética, de que está bien que se pague con la misma moneda la perversión de las redes sociales y el culto a la personalidad, el verdadero drama es la nefasta situación que deja este desaguisado a los de abajo. Solo ellos pringan con los delirios de grandeza de empresarios enajenados, la cultura del todo vale y eso de que solo el cielo es el límite.