Durante unas horas intensas, sabemos del camino recorrido por Olive antes de llegar a los bosques de Maine con una pistola y una radio para ahogar, con un allegro de Eklund, el sonido del disparo. La “jibarización” del libro puede haber llevado a pérdidas importantes pero no irreparables, porque todo lo que Jane Anderson, dramaturga encargada de la adaptación, ha decidido que se quede es de una intensidad que asusta. “Olive Kitteridge” remueve todo lo movible con su historia de depresión, amor y tragedia; familia, vejez y pérdida. Una historia ramificada en relatos de amor entre paternal y platónico –la relación de Henry con su joven asistente Denise (Zoe Kazan)–, de hijos que se deciden a repetir la historia trágica de sus padres –el estremecedor segundo segmento en torno a Kevin Coulson (Cory Michael Smith de “Gotham”)– u hombres –el Jack Kennison de Bill Murray– atados a una América antigua pero abiertos probablemente a cambiar de siglo. Por suerte, el drama está brillantemente puntuado por ramalazos de humor que pueden aparecer incluso en momentos de máxima tensión. La directora Lisa Cholodenko ya había demostrado habilidad a la hora de detectar las múltiples capas de una situación –lo cómico en lo trágico y viceversa– en películas como “Los chicos están bien” (2010); aquí muestra la humanidad de sus personajes, incluso los menos tratables, como Olive, con todavía mayor ingenio y delicadeza de matiz.
“Olive Kitteridge” supone, además, un cierto cambio de registro en Cholodenko, quien antes había preferido el naturalismo relajado y el trabajo con los actores a la investigación formal. Aquí, la cámara se acerca más a los rostros, el montaje –quizá por tener que cubrir vasto terreno argumental– puede ser rápido y expresivo y el realismo puede ceder ante la visita de la fantasía, como en esas visiones de pieles de manzana convertidas en serpiente y plantas que crecen de un piano de cola. (Mientras una cantante, encarnada por la mismísima Martha Wainwright, interpreta el “Close To You” de The Carpenters). La rica fotografía de Frederick Elmes, quien colaboró con David Lynch en, por ejemplo, “Terciopelo azul” (1986), ayuda a revelar la posible extrañeza de la small town America.
Pero, a menudo, la dirección deja de percibirse, centrada como está la mente en el drama de los personajes, en las vidas secretas bajo la superficie. Strout, Anderson y Cholodenko no proponen soluciones fáciles ni totales a los conflictos. Los habitantes de Crosby asumen la realidad esencial de sus situaciones al hacer cómputo de momentos en el pasado –“Olive Kitteridge”, la serie, endereza la cronología pero se permite flashbacks–, y, pese a este conocimiento, pueden ser incapaces de moverse hacia el futuro; hasta que todo estalla. No todo estuvo bien. Pudo estarlo. Pero como el propio mundo, el ser humano es desconcertante. 