“A traducir se aprende traduciendo. Pero, sobre todo, leyendo un montón. O viajando.. Había una asignatura que era antropología, aunque no únicamente focalizada en el teatro, y, de repente, di con los archivos fonográficos de Alan Lomax”
Para que nazca un compositor, antes tiene que haber jugado muchísimo con el lenguaje. Tiene que haberlo hecho con la perseverancia de quien obtiene un exagerado placer al separar la forma de las palabras de su significado; solo de esta manera se descubre el valor de su puro sonido, de su color, de su ritmo al atravesar la boca, masticadas, lamidas, confundidas con la respiración. “Estudié traducción en la Universitat Autònoma de Barcelona. Comencé con el japonés y lo dejé. Luego, me pasé a las románicas. Las hice todas. Primero francés, y después italiano. Y entonces me fui de Erasmus a Lisboa. Allí estuve dos años antes de volver a Barcelona”, cuenta Maria.
Siempre habrá excepciones. Pero en una sociedad como la nuestra, con una relación muy peculiar con la música, uno acaba convirtiéndose en compositor por derivación, más por no haber encontrado su vocación que por haberla tenido clara. “Empecé a trabajar de acomodadora en el Teatre Lliure y me apunté a un posgrado de teatro y traducción donde también se daban clases de dramaturgia. Conocí a muchísima gente. Al provenir de una familia numerosa, podía beneficiarme de muchos descuentos en programas de este tipo. No sabía qué hacer con mi vida ni tenía fe en esta manera tan cuadriculada de enseñar... Sucedió lo de Bolonia, que transformaba mucho la experiencia de estudiar y aprender. De golpe, volvías a la escuela. Soportabas una presión absurda de exámenes y de deberes. A traducir se aprende traduciendo. Pero, sobre todo, leyendo un montón. O viajando. No le encontraba ningún sentido. Pero aquello me gustó. Había una asignatura que era antropología, aunque no únicamente focalizada en el teatro, y, de repente, di con los archivos fonográficos de Alan Lomax”.
La suerte es otro de los factores a tener en cuenta. “Todo está muy ligado. No se pueden contar las cosas solo en línea recta. Justo antes de empezar una función en el teatro, bajé corriendo por una larguísima escalera de mármol y me caí. Me rompí el fémur por cuatro lugares distintos. Nadie me vio caer. Me ingresaron y, al cabo de unos días, me operaron. Estuve unos meses sin poder trabajar. Con la baja, me impuse activarme. Estaba obsesionada por descubrir qué hacer con mi vida. Estábamos en medio de la crisis, con muchos amigos en situación parecida”.