En 1991 Papa Wemba graba “Le voyageur”, con sutil acento crossover. Se pública primero en Japón –donde se había grabado el directo “Au Japon” (Sonodisc, 1989– y Costa de Marfil para después pasar a manos de Real World, la empresa de Peter Gabriel, y ver la luz en Europa. Aquí las raíces ceden parte de su protagonismo al pop, de modo que encontramos un combinado tan mestizo como interesante. En “Matinda” conviven AOR y reggae; la resolución vocal de “Jamais Kolonga” es fantástica; “Yoko” suena intrascendente, aunque festiva; “Maria Valencia” y “Lingo Lingo” funcionan como arranque del álbum; y lo cierra una preciosa “Zero”. Pero la auténtica perla es la que da título al disco, con acústicas de porcelana sobre las que sobrevuelan los mil matices de su garganta.
Tres años después, en 1995, aparece “Emotion”, su segundo trabajo con Real World. Está mucho más dirigido al mercado occidental, en parte debido al productor Stephen Hague –Pet Shop Boys, New Order, Dubstar, etc.– y a una mayoría de músicos blancos. A pesar de la pulcritud y de algunos colaboradores de postín –ayudan Juliet Roberts, Lokua Kanza y Jean-Philippe Rykiel–, falta exotismo y sobran medias tintas: “Show Me The Way” ni llega a funky, “Image” lo reintenta acudiendo a la fórmula Gabriel, “Ah Ouais” peca de ampuloso y “Epelo” no supera lo cubano clásico. Solo la potencia de la apertura con “Yolelé”, así como la belleza acústica de “Sala Keba” y la rumba “Rail On”, recuperan destellos de su casta. “No me importa ni me molesta ser aconsejado por alguien como Stephen Hague. Soy de Zaire, me encanta la música de mi país. Podría quedarme allí toda la vida. Si salgo al exterior con mi música es porque hay un público y una demanda; divulgo algo. Personalmente, no obstante, prefiero la doble vía: enseño y aprendo. Aprendo de un productor europeo, mi música evoluciona y avanza. No es una cuestión de hacer concesiones o imponerse. Yo no impongo nada, ni siquiera a mis grupos. Esta es mi fuerza. Estoy muy contento de haber trabajado con Hague. Él no ha desnaturalizado mi música ni un ápice, al revés, ha aportado muchísimo, sobre todo en el plano técnico. Quiero demostrar mi ambivalencia, por eso ahora tengo dos grupos. Viva La Musica hace música local en Zaire, y Molokai es mi banda internacional. Molokai tiene un significado: resumiendo mucho, porque se trata de una larga historia, es mi habitación en Kinshasa, de la cual soy maestro de ceremonias”.
Papa Wemba, en su bolo barcelonés, se ha empeñado en colarnos la papilla de funk étnico en lugar de su arte original. “Hoy no traigo el lokolé, un tronco hueco que hace de instrumento y de teléfono en la selva”. Aun así, se las apaña, ensanchando el pausado “Rail On”, para enseñarnos a bailar la rumba zaireña. Fueron diez minutos deliciosos, capaces de borrar de mi memoria los posteriores solos de bajo y batería que me hicieron abandonar a las tres menos cuarto de la madrugada, cansado de esperar sin suerte “Le voyageur” y “Esclave”. 