24 de diciembre, Nochebuena. Se confirma que nos vamos todo el grupo a Malí. Y nos marchamos ya, el 1 de enero. Yeah! El festival se celebraba hasta ahora en Essakane, en medio del desierto, donde los tuaregs se reunían anualmente para comerciar, discutir, compartir... Esa celebración se convirtió en un festival de música que al final se ha hecho famoso en todo el mundo. Hoy es un referente y un evento muy importante para Malí. Para garantizar la seguridad, este año se montaba a dos kilómetros de Tombuctú. Bueno, vamos a ver: vacunas, medicinas, comida, ropa, instrumentos…
Por suerte, desde diciembre hay un vuelo directo Barcelona-Bamako. Nos plantamos en la T1 con la resaca de la Nochevieja. En el avión todos los africanos llevan traje. Y nosotros, de cualquier manera. En Bamako también nos reciben en traje y la verdad es que me siento un poco mal. Primera prueba de que no tenemos ni idea de lo que es África. En teoría salíamos inmediatamente para Djenné, pero al final pasamos dos días en Bamako. Estos cambios van a ser la constante durante todo el viaje. De hecho, el día 3 no iremos a Djenné, sino a Mopti, y el 5 aún no estaremos en la jaima del festival, sino en Tombuctú. El viaje va a ser improvisación constante, al estilo malí. Y la verdad es que esto me da una sensación de tranquilidad que hacía mucho tiempo que no sentía.
El recorrido en coche hacia el norte es la hostia. Soy incapaz de transmitir la cantidad de impactos que recibimos, hay que vivirlo. La convivencia entre el grupo es buenísima. Entre el chute de las vacunas, el Malarone, el calor, la carretera y la velocidad, todos estamos medio atontados, pero se crea una unión y un buen rollo fantásticos. Esto se va a notar en lo que hagamos a partir de ahora, seguro. Un té aquí, unos plátanos allí, un regalo, un regateo, una charla con el vendedor, otro té... La comida es un poco monótona, pero no está mal, aunque agradecemos el fuet y los Twix que llevamos en la mochila. De la larga ruta siempre voy a recordar los últimos doscientos cincuenta kilómetros: una pista de tierra en zona semidesértica, sin parar de botar y reír, y un final espectacular con la llegada al río Níger. Todo verde, todo agua. Cruzamos el río y ya estamos en la mítica pero real Tombuctú.