El arranque de Ray Manzarek en “Strange Days” es el momento más espectral de la trayectoria de The Doors y uno de los más fascinantes. Se ha perdido; el resto de la canción se lo ha tragado. Estaba perdido casi desde el momento en que apareció. Hoy en día se puede separar del resto de la música y escucharlo durante todo el día.
Era el primer tema y la canción que daba título a su segundo álbum, publicado nueve meses después del primero, lo que no era nada insólito en 1967; en 1965 y 1966, Bob Dylan sacó “Bringing It All Back Home”, “Highway 61 Revisited”y “Blonde On Blonde”en poco menos de un año. Pero el primer álbum de The Doors contenía un single que había llegado a ser número uno y, aunque en las listas de éxitos el álbum se había detenido en el puesto número dos, es probable que en el mundo real fuera el número uno. El segundo álbum –fuera lo que fuese a ser, sin importar cómo iba a llamarse, fuera cual fuese su portada, en este caso el hombre forzudo de un circo, otro tocando una trompa, un mimo, un acróbata y un enano, en conjunto una imagen de rarezas tan obviamente autorreferenciales que casi puso el título del álbum entre comillas, un retablo tan melodramático que casi puedes leer la convocatoria al casting, una fotografía que envió de inmediato un mensaje a los fans, “¡Uh-oh!”– tenía que igualar al primero, en dramatismo, en alcance, en glamour. Y en rareza. Ese era el encanto de la banda; ese era su don; ese era su tema; eso era lo que tenían que decir; eso o nada en absoluto. “Strange Days”, Strange Days: estaban poniendo las cartas sobre la mesa.
Doot do
Doot do
Doot do
Doot do
Doot do
Doot do
Doot do
Doot do
Ocho notas en acordes de dos notas, empezando alto, con el sonido agudo tan común en los estudios de grabación de Los Ángeles a mediados de los años sesenta, pero más limpio, más claro, el sonido como su propio túnel a través de la noche que el mismo sonido estaba invocando. Ocho notas persiguiéndose entre sí en cuatro parejas, el leitmotiv repitiéndose cuatro veces en siete segundos, sin prisas, un ritmo intimidatorio, amenazante, en un primer instante; tranquilizador, reconfortante, hacia la mitad. “Ya has estado antes aquí, todavía lo estás, sea lo que sea este sitio estará aquí cuando vuelvas”. Era un pequeño panorama de ensueño, miedo y, realmente, misión: conseguir llegar al otro lado de estos días extraños. Una apuesta de que había otro lado.