Libro

Colin Barrett

Casas de locosSajalín, 2025

Situemos al autor. Primera novela (“Wild Houses”, 2024; Sajalín, 2025) de Colin Barrett (traducción de Magdalena Palmer, 238 páginas), irlandés nacido en Canadá y crecido en el condado de Mayo (donde emplaza esta historia), con la que se ha llevado el Nero Book Award al mejor debut (la misma categoría que ganó en 2023 Michael Magee con “Otra vez en casa”) y ha sido nominado al Booker en 2024. Ya con su primer libro de relatos, “Glanbeigh” (2013; Sajalín, 2016; tiene un segundo, “Morriña”, 2022; Sajalín, 2023), Barrett recibió varios galardones.

Situemos la trama, resumida y sin levantar muchas liebres. Va del secuestro del adolescente Doll English, hermano menor de Gillian, un pequeño narcotraficante. Quienes lo secuestran son dos matones, los hermanos Gabe y Sketch Ferdia, a cuyo jefe el tal Gillian debe dinero. Cosas de la droga. Mientras esperan a que Gillian cumpla y pague, los Ferdia encierran a Doll en la aislada casa de Dev Hendrick, grandullón introvertido y atormentado que vive con su perro Georgie. Añadamos a la salsa a Nicky Henningan, la novia de Doll, desconcertada ante la desaparición del muchacho. Los situamos a todos en el pequeño pueblo irlandés de Ballina (según su censo de 2022, 10.556 habitantes), durante un fin de semana de julio en el anual Festival del Salmón. ¡Y a jugar!

Vemos así desfilar sus vidas entre depresiones, decisiones equivocadas e incompetentes, estados avanzados de peligro, padres y madres ausentes o casi, droga que se compra y se vende, droga que se toma, trabajos basura para salir del paso sin salir de él y así intuir el futuro como una boina con los bordes ya raídos, casas hechizadas impregnadas de recuerdos, con todos sus protagonistas anclados en ese entorno, atrapados como el sujeto de “Trapped” de Jimmy Cliff, pero sin aquella voluntad de escape (but I’ll teach my eyes to see beyond these walls in front of me, and someday I’ll walk out of here again, yeah, I know someday I’ll walk out of here again”), hijos del arraigo y del bucle eterno, de repetir patrones, percepciones y experiencias, sufridores de la falta de entusiasmo, inmóviles, un desfile de ropas de tercera mano, de distintos tipos de lunáticos y de resacosos que no se involucran demasiado en el mundo pero sí conocen varias maneras bruscas de beber en silencio.

Barrett refleja ese paisaje humano con destreza, sin caer en sensiblería lastimosa. Muestra así ese respeto a la miseria ajena y vecina que se da, o se daba, en los sitios donde todos se conocen y vinculan. Lo hace apoyándose en el recurso de la prolepsis (pasaje de una obra literaria que anticipa una escena posterior rompiendo la secuencia cronológica), en diálogos ingeniosos y salpicando el texto con descripciones deslumbrantes de personas y cosas, con la precisión de una luz –le robo la expresión– cegadoramente oscura: tenía la piel pálida azulada, como leche cruda en un cubo”, rozaba los cuarenta pero aparentaba diez años más, con una cara como una iglesia vandalizada (…) con unos ojos que resplandecían en las profundidades de sus cuencas como ventanas rotas”, apurando decididamente lo que quedaba de un porro a medio consumir; su brasa reavivada se apagaba y encendía como si le estuviera haciendo una reanimación cardiopulmonar”, “el antiguo color crema de su fachada se había decolorado hasta adquirir la tonalidad manchada e indefinida de un diente muerto”

Como he leído estos días en un artículo (no recuerdo cuál, solo apunté la frase), es relativamente más fácil imaginar la muerte que la eternidad, que es más complicada porque ni acaba ni empieza nunca, así que no tiene nada que ver con el tiempo. Pues eso, eternas casas de locos. ∎

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