Continuando con la tendencia de adaptar sin ningún tipo de rubor los mejores clásicos latinoamericanos, ya sea “Cien años de soledad” o “Pedro Páramo”, Netflix clava ahora sus garras sobre una de las grandes novelas gráficas del siglo XX: “El eternauta”. Una obra pionera escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López que se publicó por entregas entre 1957 y 1959 en la revista ‘Hora Cero’ y que no ha dejado de crecer desde entonces gracias a distintas versiones, continuaciones y reescrituras. De todo ello ya les hablamos en esta crítica sobre la reedición de la obra que acaba de publicarse en nuestro país.
“El eternauta” (2025) parece justamente eterno y, después de algunos fracasados intentos de adaptación previos –Lucrecia Martel fue una de las candidatas a dirigirla en 2008–, el director Bruno Stagnaro, autor clave del nuevo cine argentino gracias a “Pizza, birra, faso” (1995), ha logrado convertirla en una serie más que digna para Netflix. Esta nueva versión, protagonizada por ese otro eternauta que es Ricardo Darín, narra las aventuras de Juan Salvo junto con su familia y amigos durante una invasión extraterrestre que comienza con la caída de una nieve mortífera que impide salir de casa. El relato, situado en Buenos Aires, ya desde los primeros minutos se convierte en una historia de supervivencia en la que cada vecino se transforma de pronto en un enemigo. De esta forma, y siguiendo la tendencia actual de cine distópico y apocalíptico, “El eternauta”, no sin cierta contención, y con un guión más interesado en los personajes que en el espectáculo, cuenta los avatares de este grupo improvisado al que se irán uniendo más miembros, un colectivo en movimiento que, al igual que sucedía en el cómic, trata de luchar contra los alienígenas. Una de las ideas más interesantes del cómic y que también encontramos en la serie es que la invasión funciona como una especie de matrioska, ya que tras cada enemigo hay otro, sin saberse quién es el verdadero ejecutor, oculto tras numerosas capas. De la nieve tóxica pasamos así a escarabajos gigantes, luego a hombres robot, a los Manos, etc. Los protagonistas, y la humanidad en general, se ven superados por un enemigo que no desea mostrarse, oculto, sin motivos, puro horror cósmico.
Si en la historieta por entregas de 1957-59 se mostraba el miedo a los totalitarismos –de hecho, Oesterheld fue uno de los desaparecidos en 1977 durante la última dictadura militar argentina– y la destrucción nuclear, la versión actual, llevada a nuestro presente, forma parte de la nueva fiebre por los relatos posapocalípticos y las distopías. Son numerosos los filmes y series de esta temática actuales, caso de “Station Eleven” (Patrick Somerville, 2021-2022), “The Last Of Us” (Neil Druckmann y Craig Mazin, 2023-) o “Silo” (Graham Yost, 2023-). Hay una atracción –irresistible– hacia el fin del mundo y, sobre todo, por lo que sucede después. Cada época tiene sus propios terrores nocturnos, pero lo curioso es que el miedo de los años cincuenta, cuando vio la luz el cómic original, conecta ahora extraordinariamente bien con nuestro miedo pospandémico, con una posible guerra nuclear en ciernes, ecocatástrofes y ese miedo irracional y enfermizo a la llegada del otro.
Esta primera temporada de “El eternauta”, aunque resulta un tanto raquítica, ya que solo cuenta con seis episodios que apenas narran una breve parte del cómic, tiene varios elementos destacables. Darín, sin deja de ser Darín, cosa difícil por otro lado, logra que su personaje tenga entidad propia y sus tormentos interiores, inexistentes en el cómic, le otorgan cierta complejidad psicológica, aunque esta se descalabre por la pobreza visual de los flashbacks-flashforwards que lo atormentan. Otros de los aciertos es que la lucha, como sucedía en la historieta, suceda en un Buenos Aires reconocible y cercano, al tiempo que se huye de ciertos excesos del género, como el uso de secuencias demasiado inverosímiles y una estética gore. Salvo el último episodio, con momentos un tanto vergonzosos al intentar por forzar momentos de emoción colectiva, esta nueva versión de “El eternauta” consigue recuperar algunas cosas buenas de los grandes filmes de ciencia ficción de los años cincuenta, como “La guerra de los mundos” (Byron Haskin, 1953) o “La invasión de los ladrones de cuerpos” (Don Siegel, 1956); esto es, capturar los miedos de una época. Un miedo que, más que dirigirse hacia los extraterrestres, alude principalmente a los cambios que está sufriendo el mundo y que no logramos comprender. ∎