A pedazos. Hecho trizas. Descompuesto y desgarrado. Partido por la mitad y torpemente recompuesto. Encerrado en un cuerpo que es poco más que una carcasa inservible, un cascarón a la deriva esperando que alguien enderece el rumbo. “Mi mundo ha dado un vuelco inesperado; se ha visto arrasado, reconstruido y transformado, y no puedo hacer nada al respecto”, escribe Hanif Kureishi (Bromley, 1954) en la última página, despedida y cierre por todo lo alto, de “A pedazos” (“Shattered”, 2024; Anagrama, 2025; traducción de Mauricio Bach), crónica de un hundimiento y su posterior intento de regresar braceando a la superficie.
Seguro que les suena la historia: en diciembre de 2020, el autor de “El buda de los suburbios” (1990) estaba en Roma con su mujer cuando perdió el conocimiento, se desplomó y despertó junto un charco de sangre y con el cuello “torcido en una postura grotesca”. Cinco minutos antes estaba celebrando un gol de Mo Salah con una cerveza en la mano y, acto seguido, se estaba muriendo de forma penosa y miserable. O eso creyó entonces.
En las primeras páginas del libro, algo así como un dietario del despiece y la recomposición, Kureishi explica que, al creerse a un paso de la tumba, no pasó por delante su vida entera, sino todo lo que se iba a perder. El futuro. Quizá por eso no tardó en convertir su agonía e internamiento, su lento y pesaroso pasar de un hospital a otro con el cuerpo paralizado y un diagnóstico de tetraplejia, en punto de fuga y escape: dictó tuits a sus hijos, abrió un blog en Substack y, ya puestos, se abrió en canal para exhumar intimidades, compartir reflexiones de una honestidad desgarradora y echarse unas cuantas risas a cuenta de su amigo Salman Rushdie y un tacto rectal.
Fue así como nació “A pedazos”, frankenstein narrativo que, entre hilos y costuras, entre noches en vela y mañanas a lo Gregor Samsa (“una tortuga boca arriba sobre su caparazón, moviendo desesperada las patitas, rogando que le den la vuelta”), ilumina las miserias y los gozos de un Kureishi que, insólitamente despojado y sincero, llega a la página 250 convertido en otra persona y, sobre todo, en un escritor diferente. Pervive la voz carismática y el humor burlón, a veces deliberadamente incómodo, pero el impulso ya no es aquí el exhibicionismo kamikaze de “Intimidad” (1998) o el desencanto generacional de “Nada de nada” (2017), sino la pura necesidad. Escribir para vivir y vivir para contarlo. “Estoy decidido a seguir escribiendo, nunca ha sido tan importante para mí como ahora”, anuncia, solemne, segundos antes de confesar que existe “en un estado constante de pánico, miedo y lágrimas”.
En la honestidad de explorar la enfermedad sin buscar lecciones ni moralejas, en el arte de mostrarla como una colisión múltiple de médicos, enfermos, amigos y familiares que, como el propio Kureishi, hacen lo que pueden, está la grandeza de un libro que, terminado a finales de 2023, cuando el autor ya estaba en casa y aceleraba con su silla de ruedas por los pasillos del Tesco, en realidad es un salvavidas que el propio escritor se ha lanzado para ver si lograba salir de ahí con vida. Y, de momento, parece que lo consigue. ∎