Érase una vez, en el norte de California, un par de jovenzuelos fans de Primus, Spencer Seim y Zach Hill, se arrejuntaron en un garaje para articular unos ejercicios musicales de compleja arquitectura: la versión embrionaria de este álbum, la ópera prima de Hella, publicada en marzo de 2002. El resto, como suele decirse, es historia. Con una variada carrera de dos décadas de exploración estilística (que por ahora ha culminado con el proyecto Death Grips), Hill se ha establecido como uno de los bateristas más revoltosos del underground global, codeándose con bestias como Tatsuya Yoshida, Weasel Walter o Damon Che en el panteón de abrumadores octópodos a las baquetas.
La mención de esos homólogos no es gratuita. Si bien Hella capitanearían una refrescante nueva oleada de indie “raruno” o experimental a principios de los 2000 (junto a compañeros de sello muy distintos como Deerhoof o Xiu Xiu), sus antecedentes finiseculares son claros: la virulencia contundente del brutal prog a ambos lados del Pacífico (Ruins, Cheer-Accident, Flying Luttenbachers), las guitarras angulares y a ratos evocadoras del math y el midwest emo (Don Caballero, A Minor Forest, Boys Life) y la errática esquizofrenia energética del noise rock y el sasscore (The Locust, Melt Banana). Lo que surge de este mejunje es algo inmediatamente idiosincrásico, que podemos comprender mejor gracias a las tres demos incluidas en esta edición especial de 20 aniversario. De sonido mucho más enlatado y chirriante, son cortes de difícil consumo, solo para los más cafeteros. Pero realizan una doble función: por un lado, ensalzan la tarea de producción de los dos (también jóvenes) ingenieros Aaron Prellwitz y Galen Baudhuin, que construyen el espacio apropiado para que la mezcla suene airosa a la vez que compacta; por otro, demuestran que los temas individuales cuentan con una clara estructuración. No son para nada laberintos improvisados a lo loco, sino piezas finamente calculadas para transmitir una sensación de caos controlado.
Tras “The D.Elkan”, simpática intro de 8-bits –poco sorprendente, ya que por entonces Seim militaba en The Advantage, pioneros de la mini-moda Nintendocore–, estalla “Biblical Violence”, primera (y paradigmática) muestra del sonido Hella: dosis de energía desorientadora, parones y acelerones rítmicos, cambios de rumbo y un rebuscado melodicismo guitarrero. Hill ametralla con atropellos de caja y bombo, para luego, en “Been A Long Time Cousin”, recurrir a un pesado festival de platillos a lo Keith Moon: cadencias jazzísticas se transforman en precisos injertos de thrash metal técnico. En algunas ocasiones, la simbiosis entre ambos músicos es perfecta; en otras, parecen trotar por universos distintos, y sin embargo la mezcla raramente falla. Deciden no abusar de efectos y añadidos barateros para “llenar” espacio; confían plenamente en sus aptitudes compositivas.
Debido al carácter juguetón del proyecto, la música resultante no es cien por cien cerebral, oscura o asfixiante: hay momentos de luminosidad y bocanadas de aire. Así, la alegre “1-800-Ghost-Dance” combina una agudísima y festiva melodía (que suena como el baile folclórico de un módem) con fragmentos de dubitativa persecución entre escalas de guitarra y ritmos percusivos. Mientras, “Brown Metal” resulta industrial no en el sentido estilístico, sino más bien evocador o sinestético: repetitivas cascadas de rasgueo borroso fluctúan junto a baquetas percutiendo sobre superficies, logrando un ruido maquinal ciertamente abrasivo, pero no oprimente. Estas dos canciones en particular dejan claro que detrás de cada composición hay una idea, con sus propias atmósferas y leitmotivs. Otros cortes quizá suenen más formulaicos, aunque siempre contienen elementos conceptuales de interés para mantener al oyente intrigado, como los esplendorosos riffs post-hardcoretas de “Republic Of Rough And Ready” o los pasajes pesados de “Cafeteria Bananas”. El álbum se cierra con los siete minutos “City Folk Sitting, Sitting” (una especie de sesión de post-rock bañado en crack donde se concentran la mayoría de trucos del repertorio llevados al undécimo nivel de intensidad: reiteración contenida, marchas interrumpidas, tensión y descargas) seguidos de la muy aptamente llamada “Better Get A Broom!” (para barrer las astillas y despojos ocasionados por el tornado Hill), donde Seim saca a relucir su vertiente más videojueguil.
Si bien en la batalla discográfica de dúos explosivos contra Lightning Bolt (representando a la Costa Este), estos se impondrían como ganadores en términos de consistencia, el duelo Zach Hill-Brian Chippendale no cuenta con un claro campeón. A pesar de algunos brevísimos momentos de monotonía, “Hold Your Horse Is” es un debut categórico donde los haya, que además se alza como la obra más representativa de Hella (quizá nunca regresaron a estas cotas de inventiva). Por eso mismo, es de (re)escucha obligatoria para todo aquel interesado en los vanguardismos instrumentales. Eso sí, se recomienda no intentar seguir el flujo de la música con el cuello, los pies o cualquier otro miembro; mejor permanecer apoltronado y abandonarse al anonadante bombardeo. ∎