Dentro de su estrategia de dominación mundial por la vía de la subversión queer, reviste plena lógica que la pista de baile sea el último reducto que Joel Gibb quiera abordar. Que la música disco y el house en su vertiente más hedonista dejen de ser ámbitos inexpugnables a su argumentario: por algo han sido tradicionalmente muestrarios de honda liberación sexual desde cualquier prisma no normativo. El primero, durante al menos cinco décadas. El segundo, durante cuatro. Qué menos. Y formar parte del vecindario berlinés y su prolija cultura de club desde hace casi veinte años le daba la coartada perfecta para este giro de discurso, aunque el disco no se haya grabado allí, sino en Múnich, con la producción del germano Nicolas Sierig (mitad del dúo Joasihno).
Hay quizá el mismo deseo latente en estas diez canciones que en la gay folk church music con la que The Hidden Cameras irrumpieron hace más de dos décadas, pero los beats le han conferido una presencia mucho más física, un impacto más turgente, y una forma mucho más directa de expresar lo que quiere decir, especialmente cuando cobra la forma del minimalismo cuatro por cuatro de cortes como “Quantify”, por ejemplo. Lejos del folk, del country, del indie pop y hasta del dub que puntualmente exploró en “AGE” (2014) y del ánimo colaborativo que lucía “Home On A Native Land” (2016), su último elepé hasta la fecha (con Rufus Wainwright, Feist, Ron Sexsmith, Neil Tennant o Mary Margaret O’Hara), lejos también de sus impactantes performances en parques, templos religiosos, galerías de arte y cines porno, la marca de Toronto emula las hechuras de Hercules And Love Affair, Erasure o los Pet Shop Boys de “It’s A Sin”, pero el cambio de piel no le sienta nada mal. La gestación larga redunda en un giro más que logrado, que además llega dos años después del estreno de aquel documental, “Music Is My Boyfriend” (2023), con el que celebraban y zanjaban sus dos primeras décadas de trayecto. Se imponía un cambio.
Los violines del viejo aliado Owen Pallett le dan un toque philly a “How Do You Love?”, exuberante brote house con marchamo contemporáneo que destapa las virtudes de “BRONTO”. De ahí al final, apenas hay respiro ni deceleración. El gozo y la culpa, lo sagrado y lo profano, lo trascendente y lo frívolo, conviven a pleno antojo en cortes que suenan como su (confeso) órdago eurovisivo (“You Can Call”), como interludios instrumentales ciertamente pomposos (“Full Cycle”), como sad bangers para bailar con los ojos vidriosos (“Undertow”), como guiños a la sensualidad a cámara lenta de los nunca suficientemente reivindicados The Beloved (“Brontosaurus Law”), como cruces entre un ligero colchón motorik y un deje oriental que recuerda a Japan (“Wie Wild”) o como apelaciones al viejo ímpetu del Hi-NRG (“State Of”). Un despliegue de ritmo y carnalidad que fluye con plena naturalidad y aviva la curiosidad por verlos en su próxima visita a España, el 9 de diciembre en Madrid (El Sol) y el 10 en Barcelona (Upload). ∎