Beyoncé ha vuelto hoy a la vida discográfica a gran escala con su séptimo disco en estudio. Cuatro años después de “EVERYTHING IS LOVE” (2018), su aventura con su marido Jay-Z en The Carters, “RENAISSANCE” pretende ser una liberadora terapia de baile después de la afectación pandémica planetaria vivida en los últimos tiempos. En sus propias palabras: “Componer este álbum ha supuesto un hermoso viaje de exploración que me ha permitido soñar y alcanzar un camino de esperanza durante estos meses de miedo para todas. Me ha permitido llegar a un lugar seguro, sin prejuicios, donde poder despojarme del desafío perfeccionista y no pensar demasiado, donde gritar y sentirme libre. Ahora solo espero que mi nueva música consiga generar alegría en todas vosotras, que os inspire a dejaros llevar, a bailar, a sentiros tan únicas, tan fuertes y tan sexys como sois”, nos dice Beyoncé.
Bailemos y olvidemos las penas, sugiere con este manifiesto que mira hacia el pasado, hacia el pasado de esa música de baile que, retrofuturísticamente hablando, parece moderna pero no lo es (o tal vez sí, establecida ya en la estantería de lo clásico, eso que siempre acaba siendo lo más moderno porque traspasa décadas): en este caso, garage house 90s, disco-electro y dance-pop 80s.
La receta de un mundo antiguo siempre en pie desde la pista del dancefloor. Lo que, absurda paradoja, reviste de modernidad a los (pesados) Kraftwerk y condena a la categoría de fósiles a los (pesados) Rolling Stones, cuando unos y otros son auténticos dinosaurios que viven una y otra vez de su glorioso pasado en giras cíclicas de autokaraoke que nada aportan a su importancia y trascendencia histórica original. Pero, a diferencia del rock, el baile siempre parece algo “moderno”, y así lo ha entendido Beyoncé en este disco de puro revival dance en el que el jamaico Beam, la nigeriana Tems y la rapera de Nueva Orleans Big Freedia son quienes aportan los momentos más contemporáneos a lo largo de una ambiciosa y larga hora.
Y que arranca a todo trapo, pero a la vez suave, con “I’m That Girl” –ayudada por el referencial Mike Dean en los créditos– para marcar el tempo pop-house de todo el álbum. En la segunda, “Cozy”, con Green Velvet y la DJ Honey Dijon, se descorcha ya sin complejos la esencia rítmica del house de Chicago, el tren motriz de este disco.
“Alien Superstar”, donde meten baza, entre otros Jay-Z, Labrinth y 070 Shake, es un guiño al pop comercial de los 80s: “I’m too classy for this world, forever I’m that girl”, cantada con picardía, suena a cualquier cosa de aquella época; en concreto, a la entonación del “I’m Too Sexy” (1991) de Right Said Fred.
En la letra pequeña de “Cuff It”, funk blanco con aporte percusivo de Sheila E (en su día, escudera de Prince), aparecen referenciados Nile Rodgers y Teena Marie para dotar de nostalgia un enfoque musical que hace casi cuarenta años habría sido bautizado como (pseudo) AOR, aunque seguro que a El Guincho, por ejemplo, le va a encantar; es ese tipo de producción sintetizada que le chifla.
La hipnótica píldora “Energy” cuenta con Skrillex, Pharrell Williams y Chad Hugo (The Neptunes) en los créditos, y con Beam, representante del hip hop cristiano, rapeando a lo ragga. Hay una utilización apropiacionista del “Milkshake” (2003) de Kelis no solicitada ni anunciada –polémica habemus–.
El conocido single de adelanto “Break My Soul” es el hit por excelencia. Canónico house imbatible en la pista y donde sea, tomado/fusilado del “Show Me Love” (1993) de Robin S, se aprovecha de la fiereza de la rapera Big Freedia, estandarte del bounce, al proyectar desde su “Explode” (2014) el “Yaka-yaka, yaka-yaka, yaka-yaka, yaka-yaka (Release ya wiggle)... Release ya anger, release ya mind / Release ya job, release the time / Release ya trade, release the stress / Release the love, forget the rest” que pone sabor raw a este “discurso anticapitalista”: “Ahora, acabo de enamorarme / Y acabo de dejar mi trabajo / Voy a encontrar un nuevo impulso / Maldita sea, me hacen trabajar tan malditamente duro / Trabajar a las nueve / y luego salir después de las cinco / Y trabajan mis nervios / por eso no puedo dormir por la noche”. Palabras de Beyoncé, la superestrella más grande –esencia de capitalismo– en el planeta Tierra (sin comentarios).
“Church Girl” (con fondo a lo James Brown) es góspel que se acelera en “Drop it like a thottie, drop it like a thottie” (suena a guiño al “shake it like a polaroid” de OutKast). Mientras, “Plastic Off The Sofa” es una balada empalagosa a lo Michael Jackson que bordea lo repipi. Y en “Virgo’s Groove” hay estrofas que recuerdan a Shakira en la forma de cantar. ¿Es eso bueno?
En la por momentos enérgica “Move” coinciden otra leyenda sagrada, la gran Grace Jones, y la prometedora Tems (conocida por sus colaboraciones con Drake y WizKid). Pero Beyoncé, a la que se le agradece la recuperación de la primera y la oportunidad dada a la segunda, diluye la fuerza de la canción con sus melismas (a veces) cursis.
“Heated”, con sus constantes menciones a Chanel, se ampara en la escudería canadiense formada por Drake, Boi-1da, Sevn Thomas y Neenyo para una pieza menor de trote jamaicano. Por su parte, la misteriosa “Thique” vira hacia el afropop-house, tras mencionar el Miami bass y la TR-808 en la letra, y se guarda una secuencia final a lo FKA twigs.
En “All Up In Your Mind”, la más blanca de todo el disco, recurre a A.G. Cook, cerebro de PC Music, para dotar de extrañeza un pop electrónico progresivo. “America Has A Problem” es electro primigenio con munición acid. Y en la también house “Pure/Honey” suena condensado el espíritu de Madonna (un poco “Vogue”) y también de Prince (un poco “Kiss”), rememorando los instantes en que ambos competían por el trono del pop mainstream en el segundo lustro de los 80s y principios de los 90s; hay muchos gimmicks así a lo largo de la canción.
Acaba “Summer Renaissance” con el homenaje, de cara a la galería (y ya tan poco original por gastado y sobreutilizado), al “I Feel Love” (1977) de Donna Summer: “It’s so good, it’s so good, it’s so good, it’s so good, it’s so good”...
Si Daft Punk arrasaron con el retro “Random Access Memory” en 2013, Beyo puede conseguirlo, casi diez años después, con un álbum que, en esencia pero desde la distancia, es primo hermano de aquel, un efectivo reclamo para las pistas que incita a la diversión y a la liberación sexual, pero que –hemos de admitirlo sin ambages– artísticamente desanda lo conseguido en el terreno del nuevo R&B con sus dos anteriores obras, los estupendos “Beyoncé” (2013) y “Lemonade” (2016), al enfocarse hacia una zona de confort amable tanto para ella como para su masa potencial de consumidores.
Porque sí, es un disco agradable, pero en absoluto rupturista ni arriesgado (a diferencia del “Motomami” de Rosalía, que ahora, después de escuchar este “RENAISSANCE”, todavía suena más atrevido; pura vanguardia motomami). Con esta vuelta al house que no cesa, ya convertido en el nuevo estándar de calidad de la música de baile para todos los públicos, Beyo engatusa, sí, pero, en general, decepciona. Y lo dice alguien que es fan del house.
A veces con sorprendentes simulacros a lo Madonna y, otras, con inesperados remedos de Jacko y otros tótems de los 80s, el espíritu de aquella época que aquí se escanea no le hace escalar posiciones a Beyoncé en el ámbito de lo avanzado, por muy reina coronada que sea de las artistas femeninas en las últimas dos décadas.
“RENAISSANCE”, primero de una prometida trilogía que pretende celebrar la música negra con un sentido retrospectivo, ha llegado en el mejor momento: en pleno verano. Tiempo de baile. Bailen, pues, y no hagan caso de esta crítica (o sí). ∎