El compromiso con Malí fue el germen a partir del cual nacieron Songhoy Blues. Obligados a desplazarse del norte del territorio a causa de la amenaza yihadista, el cuarteto optó por seguir haciendo música como forma de reivindicación pese a la compleja situación política. Además de su inclusión dentro de la etiqueta del desert blues, la formación, descubierta por el francés Marc-Antoine Moreau para el proyecto Africa Express de Damon Albarn, ha tenido guiños constantes hacia fuera de sus fronteras, ya sea por las inmersiones en el funk, palpables en “Résistance” (2017), sus colaboraciones con músicos como Iggy Pop en ese mismo largo o sus temas más rockeros, incluso garageros, como “Badala” o “Nick”.
De nada de eso hay rastro en “Héritage”. Su cuarto álbum es una inmersión en la tradición de Malí, un delicado homenaje a sus orígenes en el que hay mucho más de Ali Farka Touré que de Tinariwen. Los sonidos eléctricos quedan al margen y han sido sustituidos por una instrumentación acústica, con pentatonismo y preeminencia de cuerdas que da lugar a algunas de las piezas más destacadas como “Boutiki”. Tras haber grabado sus dos álbumes previos en Londres, han preferido no salir de Bamako para concluir este trabajo de la mano del productor Paul Chandler, un estadounidense afincado en Malí que trabaja para preservar el legado musical del país desde hace más de veinte años.
La mayoría de las composiciones del álbum son parte del cancionero más añejo del país, para lo que Songhoy Blues ha contado con músicos vinculados a la tradición como Harouna Samake, Mamadou Sidiki o Néba Solo. La excepción es Rokia Koné, cantante de Les Amazones d’Afrique, que culmina de forma sobresaliente el tramo final de la íntima “Norou”. Pero este “Héritage” destaca también por sus tramos más festivos, como “Toukambela”, la revisión de un clásico de la Orchestre Kanaga de Mopti, a quien perteneció el propio Ali Farka Touré y que está incluido en la “Première anthologie de la musique malienne” editada en 1971. Se trata, asegura el cuarteto, de “usar melodías del pasado para contar la historia en nuestra propia época”.
Con un amplio despliegue de instrumentos locales como la kora, el soki o el balafón, este último un tipo de xilófono con gran presencia en “Dagabi”, de autoría propia, el nuevo disco de Songhoy Blues es su apuesta más personal. Se aleja de la sonoridad que ha impulsado una carrera ascendente, pero también habla de su ambición en lo musical y el deseo de que su voz sirva para universalizar los sonidos con los que destaparon su vocación. Se trata de una hermosa colección de canciones que nos hace abrir los ojos más allá de nuestro etnocentrismo occidental y que certifica el profundo vínculo que tienen los autores con sus raíces. ∎