¿Os acordáis de uno de los primeros novios de Lane en “Las chicas Gilmore” (Amy Sherman-Palladino, 2000-2007)? Sí, Dave, interpretado por un jovencísimo Adam Brody, quien robó el corazón de muchas de nosotras. También lo hizo en “The O.C.” (Josh Schwartz, 2003-2007) y, si bien algunos se refieren a este actor como el “eterno secundario”, siempre ha sabido hacerse un hueco en el corazón de sus fans. Bueno, ese mismo Brody, ahora todo un adulto (y rabino, nada menos), vuelve a enamorarnos junto a Kristen Bell en “Nadie quiere esto” (2024), una comedia romántica de Netflix que ha dado mucho que hablar últimamente. En un momento en el que todos buscamos “series confort” para desconectar, ya sea un domingo de resaca o al final de un lunes interminable, “Nadie quiere esto” cumple perfectamente con ese papel. Con episodios cortitos, de poco más de 20 minutos y una trama que te engancha desde el principio, es de esas series que se devoran en un par de días sin darte cuenta.
La estructura es sencilla pero efectiva: Noah (Adam Brody), un joven rabino, se enamora de Joanne (icónica Kristen Bell), una shiksa (término yidis que describe de forma despectiva a una mujer no judía), quien además comparte un provocador pódcast de alto contenido sexual con su hermana. Todo esto ocurre tras la ruptura de Noah con la que era la “perfecta mujer judía”, Rebecca (Emily Arlook), al menos a ojos de la familia del protagonista. Esta historia de amor prohibido nos recuerda a las grandes parejas trágicas de la literatura: los Montescos y Capuletos, Bella y Edward en la saga “Crepúsculo” (2008-2012) o incluso a los personajes de “Titanic” (James Cameron, 1997) o “El conde de Montecristo” (Alejandro Dumas, 1845-1846).
La diferencia con historias cultas y pop del pasado, más allá del carácter de mera romcom de la serie, es que nadie que escribiera sobre “Titanic” tendría que hacer frente al contexto cultural del genocidio en Gaza, el conflicto entre Israel y Palestina; hoy es difícil hablar sobre lo judío sin estar abordando o evitando lo que sucede en Oriente Medio. La serie viene de la mano de un gigante como Netflix, justo antes de las Navidades; Pedro Vallín expone en su libro “¡Me cago en Godard!: Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor) si eres culto y progre” (2019) que sentirnos culpables o cómplices del imperialismo por disfrutar de un entretenimiento palomitero es absurdo. El asunto es que no disfrutamos en el vacío, sino en medio de acontecimientos devastadores. “Nadie quiere esto” trata precisamente de eso: de ayudarnos a comenzar la semana con buen pie, sin complicaciones y dejando además un buen sabor de boca, ignorando una realidad sociopolítica más bien incómoda.
La crítica ha puesto en tela de juicio lo mal reflejadas que quedan las mujeres judías, pero la incursión de una rabina parece de alguna manera equilibrar la balanza. Se trata de una serie que no debemos tomarnos demasiado en serio; de lo contrario, acabaríamos echándonos las manos a la cabeza. Recordemos que en “Tienes un e-mail” (Nora Ephron, 1998) la protagonista acaba cerrando su preciada librería y Joe Fox (Tom Hanks), propietario de una cadena de enormes librerías de franquicia, no solo gana la batalla, sino que también se lleva a la chica: el conquistador somete a la conquistada. Es problemática moralmente; sin embargo, decidimos resucitarla año tras año porque es una película que nos hace sentir bien. Aquí sucede exactamente lo mismo; hay cosas que, definitivamente, no están nada bien, pero las obviamos y evitamos sin poder evitarlas, porque no podemos estar siempre alerta librando cada una de las batallas morales que plantean las producciones culturales.
Erin Foster, la creadora de “Nadie quiere esto” en cuya vida se inspira la serie, ha sabido jugar de manera inteligente sus cartas, lejos de una romcom para un público en sus mid twenties; la edad de los protagonistas los sitúa en un espectro en el que un gran abanico de personas puede verse identificadas. Se trata de una serie que suena a “New Slang” de The Shins, que nos recuerda que el amor puede llamar a la puerta cuando menos nos lo esperemos y que, aunque la ficción es ficción, como bien dice Charles Aznavour en “Emmenez-moi”, la miseria parece menos dolorosa al sol, en este caso, al de una romcom de nôtre temps. ∎