Álbum

Marika Hackman

Big SighChrysalis, 2024

Marika Hackman rara vez hace un disco igual al anterior. A la altura de “I’m Not Your Man” (2017), su antiguo folk medieval se había convertido en preciso pop nuevaolero. Y aunque después de algo como “Any Human Friend” (2019) era fácil esperar un nuevo álbum cargado de sexuada diversión, lo que encontramos en “Big Sigh” es, ante todo, ansiedad, tristeza y una clase peligrosa de deseo.

Tras una época de sequía creativa derivada del confinamiento, Hackman regresa victoriosa pero tocada, con pocas ganas de rasgar guitarras en festivales de verano. Hay una importante presencia del piano ya desde la introductoria “The Ground”, con bellos arreglos de cuerda y viento metal (únicos instrumentos que Hackman no tocó en el disco) y una voz distorsionada, andrógina, no tan lejos de The Knife o los Radiohead más distópicos; el aquí presente productor Sam Petts-Davies ha trabajado con estos últimos o The Smile. Ese aroma cinematográfico futurista reaparece hacia la mitad en el meditabundo instrumental “The Lonely House” y la balada extraterrestre “Vitamins”.

Sea como sea, Hackman no se ha olvidado de hacer hits, como demuestra primero con “No Caffeine” y más adelante con “Hanging” y “Slime”. La primera es la mejor de todas: una lista musicada, tensa, adictiva, de “cosas que hacer para parar los pies a la ansiedad”: “Scream into a bag, try to turn your brain off / Make a herbal tea, don’t throw up / Remember how to breathe, maybe try and fuck”. Con un gran pasaje instrumental circular, a partir del segundo minuto, que espero que alguien convierta en bucle de una hora en YouTube.

Si la impresionante “No Caffeine” se apoya en un sutil crescendo, el corte titular se basa más en el contraste, en esa alternancia entre lo tranquilo y lo ruidoso en la que Pixies sentó cátedra y Hackman ya ha confiado en otras ocasiones. Regresa también al contraste en “Hanging”, que después de tres primeros minutos recatados, acaba en clave casi grunge, un poco The Cranberries. Es su forma de liberarse de una relación que no debió ser (“somebody good shouldn’t feel so bad”) y que, sin embargo, duele dejar atrás.

La de Hackman es una visión reflexiva no solo del amor, sino también del sexo. La alegría carnal da paso a fantasías más turbias y al reconocimiento de las complicaciones que pueden derivar de un acto a priori catártico. En “Blood” parece cantar a una amante (enamorada) que quiere beberse su sangre; esto es vampirismo. En la pegadiza “Slime”, la intensidad sexual de una nueva relación deriva en una especie de papiroflexia cronenbergiana: “Stranger, I wanna rearrange you / Climb your spine and shake your mind / Slide back and feel your bones crack”.

Después del terror, llega la calma. “Big Sigh” se cierra con las más amables, a todos los niveles, “Please Don’t Be So Kind” y “The Yellow Mile”, que puede recordar a Elliott Smith o a los inicios folk de Hackman. Cierre de un círculo como broche de oro para un disco que, según parece, ha sido difícil de hacer, pero no puede ser más fácil de querer. ∎

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