Álbum

Omar Souleyman

ErbilMad Decent, 2024

No fue internet, sino la televisión por satélite la que aupó a Omar Souleyman a la fama en Siria y buena parte de Oriente Medio a principios de los años dos mil. Él ya se había convertido en un héroe local en Al-Hasakah, su región natal, donde era necesario contratarlo con meses, incluso años, de antelación para actuar en bodas que podían alargarse hasta tres días y tres noches. Su voz profunda y reverberante, esculpida en la tradición del mawal, el canto de lamentación árabe, descollada sobre una aleación de ritmos techno y el pulso frenético del dabke sirio rebasó sus orígenes rurales y acabó reventando los altavoces de los coches que cruzaban las calles atestadas de Damasco y Alepo, primero, y de Beirut, El Cairo y Amán, después.

Al cabo de una década, el sello norteamericano Sublime Frequencies le había dado la llave al público occidental, rescatando temas entre cientos de cintas pirata registradas en directo en “Highway To Hassake” (2007), “Dabke 2020” (2009) y “Jazeera Nights” (2010), una trilogía de recopilatorios dedicada exclusivamente a él. Luego le llegó la oportunidad de girar por Estados Unidos, Europa, Japón y Australia y de colaborar con Björk para rehacer varios temas de “Biophilia” (2011). Kieran Hebden (Four Tet) se ofreció a producirle su primer álbum de estudio, “Wenu Wenu” (2013), y ese mismo año cantó en la ceremonia del premio Nobel de la Paz en Oslo.

Pero, mientras Souleyman se convertía en el cantante sirio con mayor repercusión internacional, su país se veía sumido en la destrucción bajo la represión brutal de la disidencia política y las milicias insurgentes por parte del régimen de Bashar al-Ashad, desembocando en casi quince años de guerra y más de seiscientos mil muertos, según cifras de Naciones Unidas.

Hace tres años Souleyman pasó dos días detenido en Saliurfa, en el sur de Turquía. Fue interrogado durante horas, acusado de pertenecer a una milicia kurda que el gobierno turco lleva considerando una organización terrorista desde 1984. Llevaba viviendo en Turquía desde que estalló la guerra civil en Siria, igual que casi cuatro millones de refugiados sirios. Después de aquello, decidió marcharse a Iraq.

“Erbil” toma su nombre de la ciudad iraquí que lo ha acogido desde entonces. Como la explosión sonora de techno-dabke que ha construido el mito Souleyman, hecha de una amalgama de sonidos del Levante mediterráneo que funde la herencia siria con melodías árabes clásicas, influencias kurdas, iraquíes y turcas y ritmos de discoteca, Erbil también es un hervidero de etnias y culturas. Una de las ciudades más antiguas del mundo, a lo largo de los siglos ha estado bajo el dominio de asirios, medos, persas, árabes y otomanos, entre otras civilizaciones.

Actualmente la ciudad es el epicentro político de los movimientos nacionalistas kurdos, por lo que no es extraño que la nueva vida de Souleyman allí haya acentuado tanto la influencia kurda en su sonido como el pulso exaltado del chobi iraquí. Erbil se ha convertido en un refugio para Souleyman y su banda y esta fiesta desenfrenada es una carta de agradecimiento a la ciudad convertida en una celebración llena de amor y esperanza.

De hecho, la energía exacerbada con la que golpea el bombo de “Yal Harak Qalbe” nada más empezar no decae en ningún momento. “Erbil” propone una versión aún más explosiva y anfetamínica del sonido Souleyman, como un megamix techno-dabke: una juerga sin cuartel que se escora más hacia la euforia EDM de la carpa multitudinaria de un festival de madrugada que hacia el misterio de la música jazrawi.

Sin embargo, la voz ondulante y honda de Souleyman ancla la emoción y las melodías ensortijadas del teclista Hasan Jamo Alo, fundamental en su música, siguen sonando esplendorosas. El remozado digital de la producción delata un esfuerzo por hacer que el sonido gane empaque, universalizándolo para una era en la que todo suena cada vez más saturado, más alto, y acelerando el tempo hasta lo vertiginoso. Pero el magnetismo de Souleyman –siempre inescrutable tras las gafas oscuras que ocultan las secuelas de un accidente en un ojo, exquisitamente arreglado con su kufiya– sigue intacto.

Tanto “To Syria, With Love” (2017) como “Shlon” (2019) recurrían a las formas sinuosas del saz como contrapunto a los ritmos frenéticos, pero los bombos machacones de “Ebril” no dan tregua ni un solo momento. Al contrario que en aquellos dos discos, no hay sitio para la melancolía y el ensimismamiento del mawal, y las cuerdas del saz han desaparecido de la mezcla. En su lugar, las réplicas digitales del mijwiz y el arghul, gaitas árabes que han alegrado las noches alrededor de las hogueras en el Levante durante siglos, suenan intoxicantes, febriles y enajenadas. ∎

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