ay artistas a los que les persigue una fama indisoluble, que nace desde el mismo momento en que saltan al dominio público y que jamás se separa de su ser. La de Sleaford Mods era –y es– la de ejercer de conciencia crítica, la de ser una especie de Pepito Grillo con malas pulgas de la música británica.
Ha pasado una década desde que dieran un pequeño salto de popularidad con el salvaje “Austerity Dogs” (Harbinger Sound, 2013). Si alguien quiso creer que eran un pasatiempo de temporada, la dupla formada por Jason Williamson, el carismático vocalista, y Andrew Fearn, el impertérrito beatmaker que lanza bases con la parsimonia de quien se sabe poseedor de la verdad, ese alguien debe estar ya en un búnker: Sleaford Mods no solo han sobrevivido, sino que el tiempo les ha dado la razón. En todo.
Puede que a priori la idea no fuera demasiado excitante: dos hombres de mediana edad mezclando bases de hip hop minimalista con bajos post-punk y spoken word malrollero de esputo alcoholizado de pub. De las Midlands, concretamente. La propuesta del dúo era un escupitajo a todo desde la más pura periferia. Tal y como había hecho con armas similares desde Salford el bueno de Mark E.Smith, los Mods se habían decidido a lanzar sus pequeñas detonaciones contra el status quo –político, social, musical– desde un punto del país arrasado por las consecuencias de cuatro décadas de ataque sistemático a la clase obrera. Nottingham, con su desolación posindustrial, con la zona histórica de la ciudad transformada en una suerte de centro comercial al aire libre donde florecen las franquicias, con su orgullo robinhoodesco envasado para el turismo, era el centro de operaciones de un grupo que pataleaba contra una decadencia tangible.
Eran dos tipos malencarados contra todo lo que los rodeaba: la herencia thatcherista, el cinismo blairista, la miseria de los años de la llamada austeridad, la mediocridad autocomplaciente del britpop, el elitismo condescendiente de las élites burguesas de Londres, las bandas mediocres aupadas por la BBC y medios afines, las redes clientelares del pop británico o la idiotización de la clase obrera han sido sus campos de batalla. En muchas ocasiones lo hacían simplemente glosando las verdades del barquero, pero, en un ambiente musical donde primaba el “no molestar” como bandera, Sleaford Mods se convertían en algo que iba más allá del rara avis, siendo la voz del santo sentido común entre el coro que negaba que todo se estuviera yendo al carajo.
Un vistazo a los periódicos británicos, en particular teniendo en cuenta la espiral de decadencia pos-Brexit, lleva a unas conclusiones claras. Sleaford Mods no eran solo la (mala) conciencia de un país, sino que estaban describiendo punto por punto la miseria moral y la decadencia de una cultura. No hacían canciones-denuncia: cartografiaban una realidad.
Nos reunimos con ellos para comentar el lanzamiento de “UK GRIM” (Rough Trade-Popstock!, 2023), su duodécimo álbum y el más potente en al menos un lustro. Lo presentarán en directo en España el próximo noviembre, con fechas confirmadas en Barcelona (1) y Madrid (3). En un momento en el que bandas como Dry Cleaning, Squid o Black Country, New Road enarbolan la bandera del spoken word vitriólico y la herencia del post-punk, Williamson y Fearn pueden sonreír orgullosos porque ellos estuvieron ahí antes, y mucho más cabreados. Cuando medio planeta apuesta por el formato de directo minimalista de fulano-que-lanza-bases-hierático y maestro de ceremonias histérico, Sleaford Mods llevan quince años repitiendo set por medio mundo. Y ahí seguirán cuando todo esto deje de estar de moda.
“UK GRIM” tiene mucho de ajuste de cuentas con el mundo, pero también de puentes tendidos inesperadamente. Se abren a las colaboraciones estelares, unas más cercanas y esperables –Florence Shaw, de Dry Cleaning– y otras ciertamente marcianas: nada menos que Perry Farrell y Dave Navarro, de Jane’s Addiction. Antes de eso habían sido lustros de odio irreverente contra el cinismo circundante, con beefs sonados contra bandas a priori cercanas, como Slaves o IDLES. Los bajones de intensidad, aunque presentes, siguen siendo minoría en un disco apegado a un valor tan demodé como es la agresividad. Esa rabia ciega no tiene nada de ejercicio de estilo y sí mucho de catarsis, después de décadas de vivencia subcultural, perpetua decepción política y mirada de las mil yardas de quien ha visto todos los horrores –de clase y de cultura– que uno puede echarse a la cara, en un país metido de lleno en un proceso de decadencia.
Jason, leí en una entrevista de hace un par de años en la que decías que después de la pandemia iba a tener que haber un giro cultural enorme. ¿Sientes que ha sido así, que las cosas han cambiado de alguna manera?
Jason: Pues no, la verdad. Creo que en todo caso han ido a peor. Volvimos a nuestras vidas normales, a trabajar, como si nada hubiera pasado, sin aprovechar para cambiar a mejor ninguna cosa importante. Ahí sigue toda la corrupción rampante en el gobierno. Todo sigue como si nada.
¿Y no sientes un resquicio de esperanza, al menos, al ver las huelgas de ciertos colectivos, como la de los trabajadores públicos o la de los empleados de empresas ferroviarias?
Jason: Siempre hay unos mínimos de esperanza. El mínimo en este caso es que mandemos a tomar por culo a los tories en las próximas elecciones, cosa que creo que va a pasar. Pero aun así te diría que hay un sentimiento generalizado de cinismo con respecto a la política. Al final el Partido Laborista que hay ahora mismo está lleno de centristas que no tienen la más mínima intención de cambiar nada. A veces pienso que todo tiene que irse a la mierda para poder reconstruir desde ahí. Pero también tengo la sensación de que hay bastante gente que ya está en la mierda.
Recuerdo que cuando os empecé a escuchar, cuando sacasteis la canción “Tied Up In Nottz”, incluida en “Divide And Exit” (Harbinger Sound, 2014), vuestra propuesta resultaba muy única, algo excepcional en la escena británica. ¿Os seguís sintiendo únicos o ese aislamiento creativo ha desaparecido?
Jason: Bueno, sí que me da la impresión de que por ejemplo hay más gente intentando cantar con un estilo parecido al mío, con ese rollo agresivo. Pero siempre suele ser en grupos de formato rock. Creo que hemos influido algo a bastantes grupos jóvenes, pero también que nadie ha seguido realmente nuestro camino. De cualquier manera, no diría que me siento agradecido porque me imiten ni nada así. Hay grupos a los que hemos influido que están bien, otros muchos que son una mierda. Pero ninguno, absolutamente ninguno, ha conseguido parecerse realmente a nosotros y a lo que hacemos.
Pero al mismo tiempo sí que os habéis empezado a abrir a colaboradores externos. Por ejemplo, en este disco canta Florence Shaw, de Dry Cleaning.
Jason: Florence es muy buena, tiene mucho carisma y le dio rollo a la canción. Y es una persona estupenda. Creo que en este caso es una cuestión del encaje específico en esa canción.
¿Y cómo surgió lo de colaborar con Perry Farrell y Dave Navarro? Cuando leí la lista de colaboradores del disco me quedé descolocadísimo.
Jason: Es que es objetivamente raro, ¿eh? La misma canción es rara, pero funciona bien; además no tiene mucho que ver con nuestro tono habitual, tiene algo mucho más brillante, aunque sigue siendo agresiva. Primero hablamos con Perry, y cuando se fue concretando la colaboración, al escuchar la línea de guitarra que Andrew había compuesto, fue entonces cuando Perry involucró a Dave Navarro. Y evidentemente mejoró muchísimo al original.
¿Y tenéis alguna otra colaboración en mente para el futuro?
Jason: No, no. Además estas cosas tienen que surgir de una manera natural. Si tiras adelante con la paja mental de “¿con quién soñaría hacer una colaboración?”, los resultados van a ser decepcionantes sí o sí. Solo llamamos a alguien que realmente pegue con cada canción en concreto. Aunque, bueno, Andrew, ¿a ti quién se te ocurriría así, a bote pronto?
Andrew: Tom Jones (ríen ambos).
Jason: Bueno, ahora que lo pienso Tom Jones hizo aquella colaboración con Art Of Noise (se refiere a “Kiss”, en 1988), que en el fondo no está tan lejos de lo que hacemos nosotros. Pero, bueno, al final cuando aceptas ese tipo de colaboraciones todo se convierte en una especie de broma. Y yo no quiero eso.
¿El proceso creativo sigue siendo igual que cuando empezasteis, con Andrew componiendo un beat y tú aportando las letras por encima?
Jason: Esencialmente sí, aunque es verdad que Andrew ha aumentado muchísimo su arsenal de recursos, ha experimentado con muchos sonidos distintos y las canciones se han ido transformando, pero de una forma gradual, no de la noche a la mañana.
En las letras también ha habido ese cambio, o al menos eso me ha dado la sensación escuchando canciones como “I, Claudius”. Suenas más nostálgico y más agridulce que nunca.
Jason: Sí, esa canción pretendía ser una especie de viaje a las navidades de mi infancia, viendo péplums en la tele. Ver “Yo, Claudio” en aquel momento era una especie de liberación. Mientras el resto de péplums eran algo pacatos, “Yo, Claudio”, que era más gráfica, se sentía como algo subversivo, al menos visto desde los ojos de un niño.
La violencia del día a día sigue presente en las letras, por ejemplo en “Smash Each Other Up”. ¿Dirías que el desbarajuste político de estos años ha afectado mentalmente a la gente?
Jason: Claro. Es que ahora mismo se da una situación en la que la mayor parte de la gente no sabe hacia quién dirigir su agresividad, y se acaban atacando los unos a los otros. Y me incluyo, ¿eh? La ira y la agresividad son factores centrales en este álbum. En todos nuestros álbumes lo son, aunque quiero creer que en este lo han sido de una manera algo más refinada. Al terminar los confinamientos, todos nos vimos en una situación extraña en la que de repente teníamos que volver a aprender a interaccionar los unos con los otros. Ahí hay una violencia inevitable.
Luego hay canciones como “D.I. Why”, que parecen dirigidas hacia la hipocresía de la clase media y sus esfuerzos por redimir la vergüenza de clase.
Jason: Bueno, yo creo que va más allá de la clase media lo de esa canción. En la escena autogestionada hay mucha gente de clase obrera que comparte esos valores. Nosotros ya no pertenecemos a la escena do it yourself, pero cuando formábamos parte de ese circuito veíamos dos tipos de personas. Por un lado había gente que estaba allí porque quería, porque tenía un sentido de pertenencia, y eso no me parece mal. Pero al mismo tiempo, cuando nos empezó a ir mejor, ciertas personas comenzaron a decir cosas sobre nosotros, a generalizar, a mostrarse claramente molestos porque estuviéramos tocando en otros sitios para más gente. Y no te puedo negar que eso me tocó los cojones. Porque vi que, donde teóricamente había una rebelión contra el sistema y sus valores, lo que había era pura y dura envidia.
¿Han cambiado vuestros intereses como melómanos en los últimos años? ¿Qué es lo que más habéis escuchado mientras preparabais este disco?
Jason: Te diría que mayormente música de los ochenta. Pop, soul, electrónica… He vuelto a los orígenes. He escuchado también música que cuando era chaval me parecía una basura para intentar entender qué era lo que tenía, por qué le gustó tanto a la gente. También es verdad que al hacer música intento no tener excesivamente presente la música de otros. Tal vez me inspiran más el cine o la televisión. Pero, bueno, si tuviera que decirte un álbum, me viene a la mente “Plight & Premonition” (1988), el disco de David Sylvian, de Japan, junto a Holger Czukay, de CAN. Es un disco de ambient absolutamente increíble. Pero tampoco te diría que fue una influencia directa en nada. No es un disco que yo escuchara y dijera “Dios, me tengo que poner a hacer algo así”.
¿Y cuál es la música que más habéis detestado durante estos años?
Jason: Hay mucha, muchísima. Lo que pasa es que ha llegado el punto en que me cuesta darte nombres. No por miedo ni nada así, es que me cuesta recordar los nombres de los artistas. Siento que la música mala es cada vez más olvidable, más vulgar. Antes había un tipo de pop ubicuo absolutamente insufrible, pegadizo pero insoportable, como “Mambo No. 5” y ese tipo de canciones. Estaban en todas partes, eran molestas, chillonas, te podían joder el día. Las canciones malas de ahora son más inocuas. No son ni siquiera demasiado insoportables, son simplemente olvidables. Podríamos decir que incluso la mala música es peor ahora. Ya ni te acuerdas de ella.
¿Esa sensación de decadencia la tienes también con la política? ¿Estamos, como dice la nota de prensa, “en el peor momento de la historia moderna del Reino Unido”?
Jason: Sí, sin duda. Es una época asquerosa, terriblemente polarizada. Aunque a veces creo que al menos la gente se está empezando a dar cuenta de las cosas y está comenzando a ser un poco menos egoísta. En ese sentido estamos mejor que en los noventa. Ahora se toman en serio temas que en los noventa eran objeto de mofa. Si en los noventa decías que te preocupaba el medio ambiente, se reían en tu cara. Así que supongo que en eso sí que hemos avanzado algo. Pero, al mismo tiempo, las cosas están tan mal en otros temas… los derechos de los trabajadores, la cantidad de gente sin hogar…
¿Y cómo ves retrospectivamente los noventa?
Jason: Fue la época en que se volvió a despertar ese monstruo de patriotismo triunfalista que acabó derivando en el Brexit. Creo que los ingleses somos por naturaleza una especie conservadora. No sé si es por la insularidad o por qué. Pero en este asunto estafaron a mucha gente. Hubo gente que genuinamente votó Brexit porque prometieron que iba a tener un impacto positivo en sus vidas, que iban a tener mejores servicios públicos, que su poder adquisitivo iba a aumentar. Parte del voto Brexit venía de ahí.
Pero en la misma nota de prensa apeláis al orgullo inglés, a “uno que las autoridades no quieren reconocer”. ¿De qué Inglaterra os sentís orgullosos?
Jason: Hay muchas cosas, de verdad. Las subculturas, la comida, la moda, el mundo rural, lo que es la vida campestre inglesa, la energía de sus ciudades… Hay aspectos de la vida en Inglaterra que me reconcilian con este país, con lo que fuimos y con lo que somos. Pero creo que nada de lo que a mí me gusta de este país aparece en los programas de los partidos políticos. Ellos apelan a otro orgullo inglés, a otros referentes y a otras ideas que a mí me son ajenos. Buscan seguir engañando a la gente hablando de una Inglaterra pasada que jamás existió, la nostalgia de unos tiempos inventados. ∎