Película

Cinco lobitos

Alauda Ruiz de Azúa

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En los últimos años han llegado a la cartelera historias que exploran la maternidad apuntando directamente contra el mito de la madre perfecta, como “La hija de un ladrón” (Belén Funes, 2019), “Ama” (Júlia de Paz, 2021) o “Madres paralelas” (Pedro Almodóvar, 2021). “Cinco lobitos” (2022) podría sumarse a esta lista, pero, además de explorar la relación maternofilial de Amaia (Laia Costa) y Begoña (Susi Sánchez), indaga en los afectos y los cuidados porque, más allá de la crianza, habla de lo que también supone ser hija en un momento en el que todo podría saltar por los aires. Amaia es una madre primeriza y urbanita a quien en principio se podría juzgar por si deseaba o no serlo, pero inmediatamente esa idea se disipa para entender que la intención de la directora es la de poner en primer plano la figura de una madre que hace lo que puede. Y está bien así, pues ninguna mujer sabe cómo ser madre, es algo que se va aprendiendo conforme se vive. Como casi todo en la vida, vaya.

Partiendo de una experiencia personal, Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978) –con larga carrera en el cortometraje– escribe y filma un drama familiar con pequeñas y contenidas píldoras de humor en el que el nacimiento de un bebé supone la reubicación de los roles de los adultos y dentro de la familia. Begoña es madre y abuela. Amaia es hija y ahora también madre. Ante la imposibilidad de cuidar de su bebé sola, vuelve a casa de sus padres en un pueblecito costero de Euskadi. Cuando lleva unas semanas allí, a su madre le diagnostican una enfermedad. De repente hay dos seres queridos a su cargo. A partir de aquí se establece todo un juego de espejos en el que hija y madre se ven reconocidas. Porque esta ópera prima también habla de aquellos caracteres, actitudes y acciones que se heredan entre generaciones, como las nanas que se transmiten y que no envejecen.

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El peso de toda la historia recae en la brillante interpretación de las dos protagonistas, por eso no sorprende que se llevasen ex aequo el premio a mejor actriz en el pasado Festival de Málaga. Además, esta obra de la cineasta vasca se alzó con los premios a mejor película y mejor guion en dicho certamen.

La unidad familiar la terminan de componer el personaje de Ramón Barea –que encarna a un padre y abuelo realmente torpe e inútil en lo doméstico– y el de Mikel Bustamante, la pareja de Amaia, al que llegas a detestar tanto como ella, que con sus ojeras y su cuerpo cansado –pero con actitud infatigable– logra encajar todos los golpes que recibe cuando vuelve al pueblo con sus padres.

“Cinco lobitos” es la cotidianeidad absoluta en un tiempo presente. La directora narra esta historia desde los detalles, colocando la cámara con distancia para que la escena respire cuando así lo requiere, usando tomas largas para empatizar con la desesperación de Amaia. Pero también hace foco en los detalles, los ademanes y las manos, poniendo en primerísimo plano aquellos gestos en que residen los cuidados.

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Cruda y honesta, la película contiene varias capas discursivas que giran alrededor de la maternidad y sus consecuencias: los miedos y los tabúes en torno a criar un bebé, la relación de pareja, la conciliación laboral y también la educación recibida y la que se quiere dar.

Por eso interesa “Cinco lobitos”, porque habla desde las entrañas a la misma generación a la que encarna: aquella que desde la precariedad y la incertidumbre necesita encontrar certezas a las que aferrarse para entender que no lo está haciendo tan mal. Certezas que hallará en el afecto, el cariño y el amor último a los progenitores. Porque más allá de la distancia generacional, comparten miedos, dudas e inseguridades, pues ellos fueron primero hijos antes de ser madres y padres. ∎

Maternidad y familia.
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