Aunque fue “Romeo + Julieta” (1996) la película que lo dio a conocer internacionalmente, el australiano Baz Luhrmann debutó en el cine con “El amor está en el aire” (1992), una comedia musical en torno a un joven danzarín que aspira a ganar un concurso de baile por parejas con un estilo renovador, pero no aprobado por el reglamento general ni sus vetustos representantes. Casi una década después, con “Moulin Rouge” (2001), su título más popular, el director llevó a cabo una exuberante renovación del musical desde una perspectiva abiertamente posmoderna: exaltando la naturaleza artificiosa del género y de su puesta en escena; proponiendo una mirada anacrónica, barroca y autoconsciente al París de la Belle Époque, y celebrando la música y el baile como las manifestaciones que llevan a su máxima expresión una idea vertiginosa, eufórica y adrenalínica de la vida, el amor y la juventud. Por todo ello no resultó tan extraño que en 2016 Netflix le encargara a este australiano blanco la creación de “The Get Down”, una serie sobre los orígenes del hip hop en el Bronx de los años 70. Una ficción que, como “Elvis” (2022), aborda un episodio fundacional de la historia de la música popular estadounidense en parte desde los códigos del mito.
Así, el Elvis Presley de Baz Luhrmann entronca con tantos otros protagonistas masculinos de su filmografía: como el Scott (Paul Mercurio) de “El amor está en el aire”, es un joven con un talento inconmensurable para una disciplina artística regida por unas normas que él desafía. Como Romeo, Jay Gatsby, Christian (Ewan McGregor) en “Moulin Rouge” o Zeke (Justice Smith) en “The Get Down”, se presenta como un chico romántico y naíf, totalmente entregado a la música y al amor que genera en sus fans. Y si el protagonista de “El gran Gatsby” (2013) se estrella en su esforzado intento de integrarse en una clase social caduca y decadente que lo rechaza, Elvis también se ve atrapado en una dialéctica entre fuerzas similar, aquí entre la América joven y arrolladora que él mismo representa y los estamentos anquilosados que intentan controlar y reprimir su fulgurante ascenso. Pero en “Elvis”, el personaje antagonista se presenta a priori como un aliado, que además dominará el relato de la película.
Con la figura de Parker acaparando el lado oscuro del entorno de Elvis Presley, Luhrmann forja a su protagonista por contraste como una figura con la pureza de un mito trágico. El Elvis de Luhrmann se erige como un genio ya en su capacidad para apreciar y reinterpretar las músicas afroamericanas de las que se empapa durante su juventud en Tupelo y, más tarde, durante sus escapadas a la mítica calle Beale de Memphis. La película reivindica a la estrella del rock blanca que reconoce y acredita sus raíces en los estilos afroamericanos. El Elvis de Luhrmann no se mete en política (al menos el de esta versión; parece que existe un montaje más extenso donde sí se incide en, por ejemplo, su encuentro con Richard Nixon), y el filme apunta pero no entra en las razones que llevaron al fin de su matrimonio con Priscilla.
A Baz Luhrmann le interesa el Elvis que reconoce en la música un don propio al que se debe entregar absolutamente. En una de las secuencias iniciales, vemos al protagonista adolescente asistiendo tanto al efecto de éxtasis colectivo espiritual de una misa de góspel como al poder sexualmente electrizante que produce un blues de Arthur Crudup. El joven asimila este poder de la música para agitar los cuerpos y las almas, y se pone al servicio de oficiar él mismo la ceremonia transformadora del rock’n’roll. En una de las mejores escenas del filme, el director muestra el efecto de uno de los primeros directos de Elvis sobre la audiencia femenina. Lejos de estigmatizar la reacción impulsiva y física de las fans, la película deja constancia de cómo las mujeres entre el público sintieron que por primera vez una actuación las interpelaba como sujetos sexuales.
Ante la ausencia de estrellas blancas, jóvenes y carismáticas que le sirvieran de referente en el mundo de la música, Elvis Presley tomó a James Dean como el icono en que esperaba convertirse. El cantante siempre soñó con llegar a ser una estrella del cine con la misma aura de mito juvenil que desprendió el protagonista de “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955). En la película de Baz Luhrmann, sin embargo, el arranque de la carrera de Elvis Presley en Hollywood, algo a lo que el cantante hacía tiempo que aspiraba, no supone un triunfo en su trayectoria, sino el inicio de su decadencia.
Hollywood llegó tarde a la cultura juvenil. La primera película en que suena un rock’n’roll, “Semilla de maldad” (Richard Brooks, 1955), presenta a la juventud desde los prejuicios del mundo adulto: la muestra como ese colectivo problemático, peligroso, pero también digno de compasión, que algún profesor heroico se encarga de enderezar. Elvis debuta en la gran pantalla en 1956 con “Love Me Tender”, de Robert Webb, y llega a protagonizar una treintena de títulos a lo largo de quince años. En su mayoría, historias románticas convencionales a mayor gloria de la imagen del cantante, aunque algunos títulos como “El rock de la cárcel” (Richard Thorpe, 1957) o “Viva Las Vegas” (George Sidney, 1964) lograran capturar cierto espíritu rebelde o la extraordinaria vivacidad de su protagonista.
La concepción caduca y hollywoodiense que define la carrera de Elvis en el cine contrasta además con la postura que adoptarán The Beatles al respecto. Desde su debut en “¡Qué noche la del aquel día!” (Richard Lester, 1964), los cuatro de Liverpool se inscriben y se identifican con la corriente de modernidad y renovación generacional de las nuevas olas del momento. Más interesantes que las películas del Elvis actor son las aproximaciones a Elvis como mito que se mantiene vivo en el imaginario popular. Como “Mystery Train” (1989), la película de Jim Jarmusch en torno a una serie de personajes que confluyen durante una noche en el mismo hotel de Memphis donde se hace patente la pervivencia del recuerdo del cantante. Una gran película sobre Elvis sin necesidad de que (apenas) aparezca Elvis. ∎