Película

La emperatriz rebelde

Marie Kreutzer

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En “Corsage”, aquí titulada “La emperatriz rebelde” (2022), hay dos planteamientos muy estimulantes. Uno tiene que ver con la voluntad de su directora y guionista, la austriaca Marie Kreutzer, de arrojar una mirada nueva –conectada con la realidad pero no proyectada de forma oportuna o forzada desde el presente– sobre un personaje histórico: Isabel de Austria, más conocida como Sissi. Su visión de la emperatriz no tiene nada que ver con la de la popular trilogía que protagonizó Romy Schneider en los 50, en la que se idealizaba al personaje y se contaba su vida de forma romántica. En la línea de propuestas como “María Antonieta” (Sofia Coppola, 2006) o las más recientes “Jackie” (Pablo Larraín, 2016), “Spencer” (Pablo Larraín, 2021) o incluso “Blonde” (2022), la película de Kreutzer esquiva el cuento de hadas para acercarse de una forma más realista, lógica y verosímil a un personaje femenino real. Hay en ella una voluntad expresa de hacer justicia a una mujer que quizá no fue exactamente como la protagonista de “La emperatriz rebelde”, pero sin ninguna duda se parecía más a ella que la Sissi idealizada, serena y sonriente de aquellas películas. La Sissi de Kreutzer es una mujer de cuarenta años consciente, compleja y en conflicto. “La emperatriz rebelde” no tiene ni el contraste pop de “Maria Antonieta”, ni la fantasmagoría deSpencer”, ni la iconoclasia de “Blonde”. Kreutzer no busca una coartada estilística llamativa para compensar la dureza de su retrato de una mujer en llamas. Su película está muy bien rodada y es tremendamente bella, pero esa belleza es más seca y hosca que la de esas películas. Y, por seco y hosco, su retrato es todavía más contundente. La directora expone con una claridad asombrosa (no cae en lo obsceno, pero tampoco relativiza los horrores) la desolación y la profunda tristeza de una mujer tan consciente de sí misma –de quién era, de lo que quería, de lo que sabía– como de estar condenada a darse contra un muro. Es en esa ambivalencia donde está el otro planteamiento estimulante de “La emperatriz rebelde”.

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Encarnada por una soberbia Vicky Krieps –“El hilo invisible” (Paul Thomas Anderson, 2017), “La isla de Bergman” (Mia Hansen-Løve, 2021)–, la Sissi de Kreutzer es adicta a las drogas, tiene tentativas suicidas y sostiene una relación muy complicada con su cuerpo y con su imagen: pocas películas abordan de forma tan directa y clara las terribles secuelas de la exposición pública y, sobre todo, del cuestionamiento físico de las mujeres. La dictadura de la juventud y la belleza es un tema esencial de la película. Pero, en una decisión que hace que “La emperatriz rebelde” se eleve, Kreutzer no convierte a Sissi en una víctima. Su emperatriz vive en una realidad en la que es imposible ser feliz, en la que no puede ser libre y todo el mundo (desde la sociedad de la época hasta sus propios hijos) la encierra y la cuestiona. Pero, pese a eso, hasta en los momentos más bajos es consciente de su situación, va por delante de los que la rodean (se avanza a sus comentarios y castigos) y, sobre todo, decide sobre sí misma. En relación a esto último, es fascinante cómo plantean Kreutzer (desde la dirección) y Krieps (desde la interpretación) la relación de la protagonista con su cuerpo y el deseo. Sin que la dureza de lo que expone bloquee las emociones del relato, Kreutzer consigue ese reto: esquivar el relato idealizado sin convertir a la protagonista en una víctima. ∎

Sissi, emperatriz y mujer.
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