Clive Owen, médico visionario con adicción a la morfina y la cocaína.
Clive Owen, médico visionario con adicción a la morfina y la cocaína.

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“The Knick”: la ciencia intensa de Steven Soderbergh

Las series “de época” no acostumbran a ser tan directas, físicas y excitantes como “The Knick”, drama hospitalario creado por Michael Begler y Jack Amiel con dirección (en todo momento) del prolífico Steven Soderbergh. La primera temporada (Cinemax, 2014; en España, Canal+ Series) fue una exhibición como quizá nunca se haya visto en televisión. Soderbergh dejó dicho que se retiraba de la dirección de cine, pero mentía: aquí, por ejemplo, dirigió cine en la tele.

En el tiempo que usted ha tardado en leer la entradilla de este artículo, probablemente Steven Soderbergh haya sumado un nuevo crédito a su ficha del IMDb. Desde su retiro de la dirección de cine, este hombre renacentista ha ejercido como director de fotografía y montador –en la secuela de su propia “Magic Mike” (2012), aunque esta vez sin sus seudónimos habituales en estos oficios, Peter Andrews y Mary Ann Bernard–, ha producido películas como el documental sobre Edward Snowden “Citizenfour” (Laura Poitras, 2014) y series como la prometedora sitcom “Red Oaks” (2014), y ha dirigido un telefilme, “Behind The Candelabra” (2013), y una serie, “The Knick”, con más cine dentro del que acostumbra a tener la tele. De hecho, es una exhibición directoral de diez horas.

Creada por Michael Begler y Jack Amiel, “The Knick” se sitúa en Nueva York en el año 1900. Y el género al que pertenece, el “drama médico”, tiene una larga tradición: en 1951 se estrenó en CBS el que se considera el primero, “City Hospital”, con Santos Ortega y luego Melville Ruick. Pero en cuestión de un par de secuencias echa por tierra cualquier preconcepción que uno pudiera tener, cualquier proyección mental de una serie de hospital en el cambio de siglo. Sensación de plena inmersión en lugar de simple admiración ante la belleza de un cuadro refinado. Sensación de estar viendo algo nuevo, a pesar de la familiaridad de los conflictos (de clase, raza, género) que se ponen encima de la mesa (de operaciones).

Cirugías en vivo y en directo.
Cirugías en vivo y en directo.
El héroe es, por supuesto, un antihéroe. El cirujano real William Halsted –que aparece como personaje en “Get The Rope” (episodio siete)– ha sido la inspiración para John W. Thackery (desbordante Clive Owen), un médico visionario que parece ciego a su adicción a la morfina y la cocaína. Thackery, Thack para los amigos, es el cirujano jefe del hospital Knickerbocker, Knick para los amigos, quien trata de avanzar en la ciencia mientras lidia con los mecenas de la institución y con su propio rechazo hacia el primer cirujano negro del hospital, el Dr. Algernon Edwards (André Holland). A su alrededor se mueven otros personajes enjundiosos. La enfermera primeriza Lucy Elkins (Eve Hewson) se debate entre las atenciones de Thack y el aprendiz de cirujano Bertram “Bertie” Chickering Jr. (Michael Angarano), modelo de rectitud frente al algo desnortado pero fascinante Thack. Cornelia Robertson (Juliet Rylance), jefa de la oficina de previsión social del Knick, lleva su carácter progresista más allá de la vida laboral. El gerente del hospital, Herman Barrow (Jeremy Bobb), persigue acuerdos ilegales para sustentar la economía del Knick y sus excursiones a un prostíbulo. Todos o casi todos llevan, por supuesto, dobles vidas. Al fin y al cabo hablamos de una serie dramática de premium cable.

Nada que objetar al material dramático que maneja Soderbergh en su nueva aventura televisiva tras “K Street” (2003); pero si “The Knick” toma vuelo es, sobre todo, por su dirección. La serie ha contado al parecer con un presupuesto limitado, y su autor se ha visto obligado a dirigir y montar cada capítulo en siete días (según los parámetros habituales en dramas, poco tiempo). Pero Soderbergh ha sabido convertir las supuestas limitaciones en las mayores virtudes. Rodar con cámara digital Red Dragon le permite esa imagen nítida que facilita la inmersión y una movilidad ideal para la visceralidad. A nivel de fotografía, buscando el realismo, usó siempre que pudo luz natural y, si se trataba de escenas nocturnas, poco más que una o dos fuentes de luz, a menudo de vatios escasos. Son los albores de la electricidad.

“Get A Rope”, capítulo para no perderse.
“Get A Rope”, capítulo para no perderse.
La víscera de “The Knick” va más allá de las tripas escapadas en las explícitas, muy explícitas, escenas de escalpelo: también está en la cámara de Soderbergh, esos ángulos poco habituales, esas tomas largas virtuosas sin resultar circenses, todo ello para explicar sus personajes y sus dramas, y contrarrestar así, de paso, unos diálogos que a veces deletrean los sentimientos en exceso. También en un montaje con momentos casi autorreferenciales: en uno de los dos clímax amorosos del final de “Get A Rope” –sí, es el mejor capítulo–, resulta inevitable pensar en “Un romance muy peligroso” (1998) y su escena de amor en la que se muestra, a la vez, el antes y el durante; aquí es el después y el durante. Nicolas Roeg aplaude desde su butaca.

Mención especial merece la música electrónica de Cliff Martinez, en algún momento único sonido de la serie. Más que como simple contraste anacrónico –el de Alan Parsons componiendo con sintetizadores la música de “Lady Halcón” (Richard Donner, 1985) o Queen sirviendo su épica rock a “Destino de caballero” (Brian Helgeland, 2001)–, el score de Martinez debe verse como componente natural de una historia situada en una era de progreso, sobre hombres que ansiaban el futuro. Tras el posible shock inicial, se convierte en la única música imaginable para este moderno viaje al pasado. ∎

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