Alavedra

El horror vacui de la vida contemporánea, vestido de garboso punk rock y despachado con ritmo de velocista jamaicano. Mujeres y los Buzzcocks. Tinder y OnlyFans. Frescos e insolentes, Alavedra se visten por fin de largo con un disco insultantemente corto. Veinte minutos, para qué más, con los que se abren paso a codazos entre Pantrocrator y Diamante Negro, compañeros de filas de aquello que se ha llamado “sonido Carmel” porque, en fin, todos empezaron a armar jaleo al otro lado del túnel de la Rovira al calor de los estudios barceloneses La Palmera. La cosa incluso tiene un himno más o menos oficioso: “Montañas del Carmel”, turbovillancico grabado a medias entre Alavedra y Pantocrator que incrusta la montaña Pelada al mapa de la Barcelona pop.

El caso es que, con denominación de origen o sin ella, Alavedra llegan al trote para presentarse como “hijos de un polvo de Bad Gyal con Ignatius Farray en los baños del Pachá” o, según el día, como los “Blink 182 de l’Ebre”. Puro choteo a la catalana (lo de bautizarse en honor a uno de los grandes conseguidores del pujolismo también tiene su guasa) que en lo musical se traduce en una burbujeante y humorística reunión en la cumbre entre Los Planetas y Colectivo Da Silva; entre Los Punsetes y el cachondeo pop.

Atrás quedan canciones como “La de Instagram”, casi un calco de Hot Hot Heat, o eso que ellos mismos llamaron, se supone que también en broma, tropipop: “Uf venga”, con sus guitarras flamígeras, sus coros atropellados y el ingenio de unas letras que van más allá de la mera ocurrencia risible, es puro pop veloz e inmediato del que se devora en un suspiro. Canciones efervescentes y burbujeantes que, como “T-odio”, “Tórrido romance” y “Playas y piscinas”, confirman que el pop de broma puede ser un asunto muy serio. Protohimnos veloces como “La jota del poliamor” y “Soy una mierda” con los que se ríen de todo (de los boomers, de los millennials, de Izal…) sin olvidarse de reírse también de ellos mismos. Un chupito de revitalizante punk pop. ∎